Cada sector ha sobrestimado sus fuerzas y considera que puede imponer completamente su programa máximo sin necesidad de negociar con el contrincante
¿Qué ha ocurrido, por qué hemos llegado al punto extremo en que la oposición busca crear una situación que conduzca a que Nicolás Maduro sea depuesto antes de terminar el período constitucional y el Gobierno reacciona con la convocatoria a una Asamblea Constituyente? ¿Por qué Gobierno y oposición plantean que la disputa que sostienen por el poder sea definida fuera del marco pautado de las presidenciales de 2018?
Lo que ha pasado es que cada sector ha sobrestimado sus fuerzas y considera que puede imponer completamente su programa máximo sin necesidad de negociar con el contrincante.
No se ha comprendido la necesidad de construir un compromiso para un período histórico sobre diferentes materias, unos acuerdos de base para abordar los problemas económicos y delimitar las fronteras en que la lucha y la alternancia tengan lugar. Tampoco se ha entendido que ninguna de las dos grandes fuerzas políticas y sociales en pugna va a desaparecer, independientemente de quien gane futuras elecciones, sean presidenciales o para una constituyente.
No se admite que no es posible, de manera civilizada, hacer caída y mesa limpia y que necesariamente deben crearse mecanismos de convivencia y modalidades de entendimiento para compartir el poder y las instituciones. Por ello también se desaprovechó en noviembre pasado la formidable oportunidad que brindaba el compromiso del Papa con el diálogo.
Hasta el momento nadie ha explicado por qué la oposición decidió alejarse a partir del 19 de abril de la ruta institucional que venía siguiendo desde 2006, que consistía en una acción dirigida a alcanzar el aumento del caudal electoral hasta una victoria en la contienda presidencial.
Y mucho menos se conoce por qué ahora, en el momento en que estaba más cerca de coronarla. En lugar de ello, se ha escogido el camino incierto de las “revoluciones de colores” o “primaveras”, que por lo general finalizan en un derrocamiento.
La contraparte de la estrategia de derrocamiento ha sido el planteamiento de la Constituyente, que coloca la disputa en un nuevo plano: Derrocamiento vs Constituyente. De modo que las tensiones se acrecientan. ¿Qué puede hacerse? Tal como lo ha señalado el Papa Francisco, la respuesta debe ser insistir en el diálogo, aunque de inmediato no se encuentren soluciones mágicas. Hay que tener en cuenta que un diálogo no es un juicio sobre quién tiene la razón ni un debate jurídico.
Es un reconocimiento de realidades. Y la realidad indica que es posible una alternancia en la presidencia solo si previamente se establece un compromiso común de gobernabilidad. En las circunstancias actuales no es posible que nadie capitule. Pero sí es posible un armisticio.
Es un momento de posiciones extremas, en el que parece extraviado el punto de encuentro. Sin embargo, todavía es posible construir un acuerdo que evite los males de una violencia crónica, a la que años después deba responderse con el diálogo que se pudo hacer hoy. Es momento de escuchar el llamado del Papa, todavía estamos a tiempo.
Leopoldo Puchi