La tolda roja se ha inventado esta vez una particularísima Constituyente a su medida, que de manera descarada ignora los pasos para adelantar este procedimiento, por demás legal siempre y cuando sea apegado a los supuestos que lo conforman
En una sociedad ampliamente fracturada y descompuesta como la venezolana, cualquier evento que cite a los ciudadanos en comicios contribuye a bajar la tensión y a buscar soluciones.
Por ello, es enorme la mayoría que ha alzado la voz ante la confiscación del referendo revocatorio presidencial que nos tocaba; así como frente a la reiterada postergación de las elecciones regionales.
Evidentemente, este par de maniobras han sido adelantadas por el gobierno ante la certeza de que no hay manera humana de que los resultados les sean favorables.
Por ello, llama de entrada y enormemente la atención el hecho de que sean ellos mismos quienes pongan ahora en la mesa una Constituyente.
Entre las discusiones que ocupan a diversos sectores de las fuerzas democráticas, la Constituyente ha sido un tema presente desde hace años, de cara al profundo daño que se le ha hecho al país en estas dos décadas.
Es el oficialismo el que siempre ha estado negado a esta opción, anclado en lo que han llamado “la mejor Constitución del mundo”. A la cual, por cierto, han intentado hacerle diversas enmiendas y reformas, básicamente dirigidas a perpetuarse en el poder.
Por eso sorprende que la iniciativa parta ahora desde el poder. Nunca pierden las capacidades de sorprendernos. La mejor Constitución del mundo ya no sirve. Así de daño se le habrá hecho a Venezuela.
Pero por supuesto, hay que ver el anverso y el reverso. Y no hace falta meterle mucha lupa para descubrir que, una vez más, quieren hacer las cosas a su manera.
La tolda roja se ha inventado esta vez una particularísima Constituyente a su medida, que de manera descarada ignora los pasos para adelantar este procedimiento, por demás legal siempre y cuando sea apegado a los supuestos que lo conforman. Lo cual -vaya sorpresa- no es el caso.
La Constitución de 1999 nació de un proceso que se inició con un referendo en el cual los votantes convocaron el proceso constituyente, luego se fue a elecciones de constituyentistas que redactarían el nuevo texto y, finalmente fue aprobado en otro referendo.
En aquel momento, la elevada popularidad del presidente Hugo Chávez logró que una amplia mayoría de los redactores de la Constitución le fueran afines, aunado a algunas triquiñuelas matemáticas, como el “KinoMerentes”, que le garantizó que los constituyentistas prácticamente se dedicaran a tomar dictado de sus deseos.
De hecho, no tuvo empacho en presentar una Constitución propia, que dijo haber redactado él mismo y que dejó en manos de los asambleístas como una propuesta. Propuesta que, sabíamos, era una orden.
Sin embargo, detalles más, detalles menos, se cumplió con un proceso que revistió legitimidad, al menos en las formas.
No es el caso actual. Para comenzar, no se debe perder de vista que la autodenominada revolución está lanzando esta propuesta en el momento de más baja popularidad de su historia.
Por ello, no se debe obviar un detalle que invalida del todo esta idea: se pretende eliminar la elección universal, directa y secreta.
Se piensa convocar a un cuerpo afín al gobierno para que redacte el nuevo texto, con una suerte de delegados o intermediarios que elijan a estos redactores y que, por supuesto, sean afines a la ideología rojo-rojita. Y evidentemente, los referendos para convocar el proceso constituyente y aprobar la nueva Carta Magna, brillan por su ausencia.
Por otro lado, se empastela aún más el asunto al decir que esta Constituyente no es para redactar una nueva Constitución, sino para “reforzar” la actual. Constituyente es para Constitución nueva, no para borronear la existente; no hay vuelta de hoja.
Desde esta esquina, pensamos que debemos recoger el guante del gobierno e ir a Constituyente, siempre y cuando se cumplan todos los supuestos legales para su convocatoria. Es inaceptable que ningún gobierno fije los parámetros para este proceso.
A estas alturas de la historia de Venezuela, el desquiciado proyecto político que han pretendido imponernos, está comprobadamente fracasado. Llevan las de perder, y menos que nunca tienen autoridad para imponer los parámetros que pretendan sacarnos de la crisis que ellos mismos crearon.
Una Constituyente real, en los marcos legales, es una solución a la más trágica crisis que haya padecido Venezuela en su historia. La refundación de una República consumida hasta sus cimientos por una nefasta administración, es hoy más necesaria que nunca.
Pero no serán quienes cargan con la culpa de semejante tragedia quienes pongan las reglas. No serán quienes llevan las de perder los que manejen el proceso. Será la ciudadanía, desde su sentir actual, quien dé el visto bueno a cada fase de este camino a recorrer. ¿Se atreverán quienes gobiernan hoy a pasar por esta prueba de fuego?
«La Constitución de 1999 nació de un proceso que se inició con un referendo en el cual los votantes convocaron el proceso constituyente, luego se fue a elecciones de constituyentistas que redactarían el nuevo texto y, finalmente fue aprobado en otro referendo…»