“El petróleo es del pueblo”, reza el lema de venta política
Con él se intenta atraer a los votantes para que apoyen al gobernante de turno y con ese lema, igualmente, se extiende a todas las actividades del estado la función aparente de movilizar todos sus recursos en función de “el pueblo”.
En los distintos gobiernos que hemos tenido, de una manera u otra, se ha ofrecido esa orientación: del pueblo y para el pueblo, el nuevo ideal nacional, un presidente como tú, Venezuela es de todos, entre otros. En términos de política petrolera se ha eternizado una discusión sobre si el petróleo pertenece al estado, a la nación o a todos y cada uno de los ciudadanos y, últimamente, si es del presidente de turno. Y el empobrecimiento del país sigue creciendo y el país cada día está más atrasado, no solo dentro del área geográfica a la que pertenece, sino en el mundo. Seguimos pensando que con esas circunstancias de minusvalía podemos convertirnos en líder mundial: un minusválido que aspira a competir en competencias para válidos.
Se sigue usando a PDVSA con fines netamente políticos y se le asignan las tareas de importancia política para que ejecute lo que el resto del estado es incapaz de hacer. El mensaje es que el país sigue “viento en popa, a toda vela”. Produciremos los millones de barriles diarios de petróleo que sean necesarios para continuar con el rumbo fijado y así poder continuar con el lema de que el petróleo es de “el pueblo”. Y el pueblo que siga (y sigue) en situación creciente de empobrecimiento.
Los enfoques que hemos seguido durante los últimos cincuenta años nos han conducido a donde estamos y han negado la posibilidad de cumplir la promesa que los gobernantes le han hecho al pueblo. No es porque no hayamos querido; siempre lo hemos querido y ese ha sido el mensaje subyacente; la intención; poco importan los resultados. Pero “el camino a infierno está lleno de buenas intenciones” y los resultados dejan demasiado que desear.
¿Qué hacer? ¿Más de lo mismo, o cambiamos radicalmente nuestro enfoque y aplicamos nuevas fórmulas que nos permitan, por fin, cumplir la eterna promesa de proveerle un futuro de progreso a nuestra gente? ¿Hasta cuando prometerle a la gente un futuro que no hemos sino capaces de darle? ¿Creemos verdaderamente que el futuro que queremos para nuestro país y su gente está en intentar hacer otra cosa, pero seguir logrando los resultados históricamente negativos que se han logrado hasta ahora? ¿Cómo vamos a lograrlo si seguimos con la misma estructura de pensamiento que nos ha llevado a donde estamos? ¿Es suficiente decir que debemos hacer lo que han hecho en Brasil o lo que ha hecho Perú? ¿Es posible que sigamos pensando en un hombre dentro de un sistema que está comprobado que no genera los resultados esperados? ¿No es hora de convocar a todo el país para lograr un convencimiento aceptado de que es indispensable un cambio de enfoque sobre cuál debe ser el rumbo del país, e iniciar un proceso, expresa y oportunamente, para estructurar las estrategias que se requieren para iniciar el salto hacia el futuro?
Los riesgos siguen siendo inmensos: dependen del gobernante de turno y de eso tenemos mala experiencia. El esfuerzo indispensable está en educar al país aceleradamente, incluyendo a sus líderes, para lograr el Desarrollo Humano indispensable para cambiar la realidad del futuro.
Odoardo León Ponte