La historia, ciencia caprichosa de la que se dice que solo es escrita por los vencedores, abunda más en crónicas de guerra que en el relato de los acuerdos que las han terminado
Existen muchas formas de hacer política. Negociaciones secretas, cruentas guerras, diplomacia, revoluciones, invasiones. Todas ellas contienen un elemento político que las sustenta, un conjunto de intereses que van desde la obtención del poder, riquezas, territorios o incluso la preservación de la vida.
Sin embargo, todas varían en cuanto a método e intensidad, distinguiéndose aquellos que priorizan el entendimiento a las que se recuerdan por la pérdida de vidas humanas.
Incluso, la industria cinematográfica ha hecho propia la tendencia histórica de glorificar sobre todo a hombres que han tenido destacada participación en conflictos bélicos: los héroes son los conquistadores, los estrategas de guerra y no los hombres y mujeres que se han sentado para negociar el fin de las masacres.
Pero mi propósito no es explicar por qué Alejandro Magno o Saladino son más recordados que sus emisarios diplomáticos.
El asunto que me ocupa es que casi todas las crónicas bélicas dan cuenta de cómo, después de pasado el horror de la guerra, viene un período de negociaciones donde los actores opuestos resuelven las condiciones post bellum. El faraón Ramsés II y los Hititas se vieron conminados, hace tres mil años, a entenderse con el Tratado de Qadesh.
Los conflictos de Centroamérica de 1980, con más de 200 mil muertos, terminaron con el diálogo de Esquípulas. Y el conflicto colombiano, con una duración de más de 50 años y un saldo aproximado de 8 millones de desapariciones, apenas va finalizando luego de prolongadas negociaciones entre las partes.
Todos estos ejemplos históricos parecerían demostrar que para que el diálogo se imponga, debe haber existido previamente una confrontación.
Afirmación sin duda desafortunada y temible, particularmente para las numerosas víctimas y las miles de familias que tienen que vivir un doloroso duelo.
Ahora, ¿qué pasaría si en vez de llegar al conflicto, los actores en pugna se sientan y consiguen caminos de acercamiento?, ¿no será momento de aprender de las lecciones de la historia y evitar inútiles confrontaciones que lleven a pérdidas humanas? Importante reflexionar sobre ello en momentos en los cuales nadie en nuestro país debería estar deseando una guerra.
Seamos promotores del diálogo como instrumento de paz. Es nuestro desafío como nación.
Héctor Constant Rosales
Profesor de la Escuela de Estudios Internacionales. Faces-UCV.