Muchos ciudadanos se cuestionan sobre si deben o no obedecer órdenes de funcionarios que están violentando las más elementales normas de la legalidad, por no decir de la lógica misma
Ante la dramática diferencia en la percepción de la situación del país, que enfrenta al actual gobierno y a las fuerzas democráticas, la palabra desobediencia, se ha colocado en el tapete desde hace un buen tiempo.
Muchos ciudadanos se cuestionan sobre si deben o no obedecer órdenes de funcionarios que están violentando las más elementales normas de la legalidad, por no decir de la lógica misma.
Sin embargo, no es eso lo que vamos a tratar en estas líneas, porque lo que queremos afirmar desde aquí es que el único desobediente en esta historia es el gobierno.
No solamente desoye las numerosas urgencias de la gente, sino que además está descalificando también un mandato contundente expresado a través de la masiva consulta popular del pasado domingo.
Y por si fuera poco, tampoco escucha la voz de la Constitución Nacional, la misma que pretenden ignorar sin más, al seguir adelante con una Constituyente que está muy lejos de cumplir con los parámetros en ella establecidos. En una carta magna, dicho sea de paso, nacida del último proceso constituyente que se ha visto en la historia venezolana y que dejó parámetros bien claros.
La pequeña diferencia es que las simpatías masivas se inclinaban a favor de quienes hoy mandan en aquellos tiempos. Hoy no. Evidentemente, por eso se buscan atajos y se reinventa la rueda.
Y desde hace rato se ha hecho inocultable que el actual modelo político que pretende seguir rigiendo a Venezuela no funciona. Tiempo atrás hubo una ilusión de que sería viable; pero esta fantasía se desplomó aparatosamente con la caída de los precios del petróleo.
Coincidiendo este revés económico con la desaparición del líder de este proyecto político, la magia se esfumó.
La gente cayó en la realidad, en esa que se construyó gracias a una pésima administración de las mayores riquezas de nuestra historia que, si hubieran sido invertidas y multiplicadas, nos hubieran colocado a la par del continente en todo sentido.
Pero los hechos son exactamente los opuestos.
Y es allí donde se empieza cocinar este choque de trenes que tiene en vilo no solamente a nuestra tierra, sino al mundo entero.
La gente comienza a desaprobar las ejecutorias gubernamentales, al ver que no le traen bienestar alguno. El gobierno que una vez operara a través de la seducción de las masas, comienza a utilizar la fuerza, al ver que el encanto se fracturó.
¿Cuándo empezó entonces, esta desobediencia por parte de de los poderosos?
Es larga la lista de desacatos que en las oficinas gubernamentales se han perpetrado contra la ciudadanía; sin embargo, es muy claro un hecho que marcó lo que hoy vivimos: la confiscación del referendo revocatorio presidencial que debió celebrarse en 2016.
La válvula de escape al legítimo y creciente descontento popular era ese urgente trámite en el cual todos manifestaríamos nuestra voluntad respecto a la continuidad o el cese en sus funciones del actual primer mandatario.
Sin embargo, se corrió la arruga hasta desvanecerlo, básicamente por que todos sabíamos -ellos y nosotros- que el resultado no les sería favorable.
Luego, y en la otra cara de la moneda, presenciamos -ya sin asombro alguno, hay que decirlo- cómo se pretendió confiscar potestades a la Asamblea Nacional, que es el más vigente de los poderes, porque su elección es la de más reciente data entre todos ellos, y adicionalmente, en el marco de su pluralidad, es la que mejor representa al mapa político actual de los habitantes de esta nación.
La condena a todo este cúmulo de desatinos se pudo sentir en la brillantemente celebrada consulta popular del pasado domingo. Organizada por los ciudadanos, sin recursos y en tiempo récord, mostró el músculo de los venezolanos ávidos de democracia.
Y sus resultados dieron un mandato claro, que en Miraflores se niegan a escuchar pero que es obvio en sus exigencias. Un mandato que los mismos que se niegan a reconocerlo, pueden ignorar. Lamentablemente, siguen adelante en un país paralelo, hecho a la medida de sus caprichos y sus voluntades, atropellando y llevándose por delante las urgencia del “soberano”, como ellos mismos llaman a quienes utilizaron cuando el viento les era favorable, y que ahora olvidan tras la amarga aceptación de que perdieron el favor de las mayorías hace mucho rato.
¿Hasta dónde puede llevar esta desobediencia del mandato popular a nuestra patria? Lamentablemente no nos queda otra que decir que lo veremos en los próximos días. La voluntad de quienes mandan amenaza con ejecutarse a contrapelo en las próximas horas, con la consumación de la elección para conformar un ANC que no fue consultada al pueblo. Ellos saben que están haciendo algo que no deben hacer; pero lo que es más importante, lo sabemos todos nosotros. Amanecerá y veremos.