El hecho de llamar a un instrumento que pretende refundar la república es el equivalente a admitir que los problemas son tan numerosos como complicados, que desbordan incluso al contrato social actualmente vigente
La realización de elecciones para elegir los miembros de una Asamblea Nacional Constituyente, según los parámetros establecidos por el gobierno, no solamente está demasiado lejos de solucionar los numerosos y complejos problemas que agobian a la Venezuela actual. Muy por el contrario, los agrava y para colmo agrega otros nuevos y bastante más inquietantes.
El primero de ellos es la profundización de la división nacional.
Un país exhausto y sin recursos, que se acerca a las dos décadas de una confrontación que no solamente no ha podido solucionarse, sino que además se agudiza exponencialmente con el paso de los días, no solamente no encuentra solución en este hecho, sino que amanece más fracturado al día siguiente.
Al menos, sí existe algo rescatable de esta desafortunada e inoportuna convocatoria a una ANC: se reconoce que la situación adversa es estructural y de fondo.
Porque el hecho de llamar a un instrumento que pretende refundar la república es el equivalente a admitir que los problemas son tan numerosos como complicados, que desbordan incluso al contrato social actualmente vigente.
Como lo dijéramos tiempo atrás, la iniciativa oficialista de llamar a una Constituyente es el último as bajo la manga que se puede sacar una administración que no ha atinado a solucionar nada.
Sin embargo, hay que precisar. Una Constituyente no soluciona la intrincada situación actual, y las soluciones no tienen en modo alguno por qué pasar por una ANC.
Muy por el contrario, este instrumento, impuesto a contrapelo de la voluntad de las mayorías, puede ser profundamente contraproducente y lanzarnos hacia niveles mucho más complejos de los problemas que hoy padecemos.
No es necesario cambiar de Constitución para solucionar la tragedia nacional. Incluso, ni siquiera sería necesario cambiar de gobierno. Lo es, sí, cambiar urgente y radicalmente de actitud, de forma de gobernar y de administrar.
Sin embargo, la profundización de los errores que hemos visto durante los últimos años, nos hace entender que solamente aumentamos la velocidad a la que transitamos un camino totalmente errado.
Las naciones que con más frecuencia cambian su texto constitucional suelen ser las más inestables y conflictivas; mientras, por su parte, los países que se orientan más hacia el progreso y el desarrollo, suelen tener cartas magnas de muy larga data.
Otra cosa que resulta curiosa es que este cambio constitucional sea impuesto por el mismo proyecto político que impulsó la Constitución vigente, algo que no hace mucho sentido, ya que este tipo de situaciones suceden ante golpes radicales de timón. ¿Por qué se quiere cambiar la actual?
Las respuestas están allí, en la que data de 1999. Si se leyera, y sobre todo, si se respetara y se pusiera en práctica, saldríamos de muchos de los problemas que nos aquejan hoy.
La voluntad política de parte del gobierno se podría demostrar, por ejemplo, al tomar en cuenta el evento electoral del pasado 16 de julio, organizado y ejecutado impecablemente por la ciudadanía, tras la reiterada negativa del organismo electoral en cuanto a convocar las citas comiciales que por derecho correspondían, como lo es el caso del referendo revocatorio presidencial de 2016 y las postergadas elecciones regionales.
En la mencionada Consulta Popular, una cantidad enorme de venezolanos habló contundentemente, pero ha sido invisibilizada y descalificada por quienes hoy mandan.
El gobierno, por su parte, convoca a otra cita electoral sin las bases adecuadas, lo cual ha sido sobradamente discutido tanto en Venezuela como fuera de nuestras fronteras. Y de esta manera se profundiza el desencuentro entre las dos visiones de país que prevalecen y que, al momento de hoy no consiguen punto de encuentro, agravando los males que al día de hoy arrastramos.
Dudamos muy seriamente que la profundización de la forma de gobernar que nos ha traído hasta aquí nos vaya a sacar de la más compleja situación de la historia republicana. Estamos seguros de que ni “la mejor Constitución del mundo” podrá solucionar nada si no existe la voluntad política para hacerlo. Mucho menos lo hará un nuevo texto constitucional que, a diferencia del vigente en la actualidad, no ha cumplido con los supuestos para fundarlo sobre bases sólidas.
Y para colmo, se reafirma la voluntad de pasar por encima de la Venezuela democrática, al pretender desplazar de su espacio natural a la Asamblea Nacional, electa en comicios regulares y transparentes.
Desde las alturas del poder se niegan a escuchar. No solamente no se soluciona nada, sino que se profundiza nuestra desgracia. Nos dirigimos a continuar una confrontación que solamente trae miseria y dolor. Este no es el camino para reunificar a Venezuela y conducirla hacia su bienestar.