Con Carlos Guillermo Ortega hicimos buenas migas desde sus primeros tiempos en La República, al coincidir en la cobertura de varias fuentes deportivas. Una amistad sellada como compañeros en El Universal y El Nacional desde los 60 y los 80 “largos”.
Luego por caminos diferentes, siempre recordamos aquellos buenos tiempos y, aunque impedidos de vernos con la misma frecuencia, no faltó el contacto telefónico y alguna visita para escuchar unos cuantos tangos y boleros, apenas mínima parte del tesoro musical que acumuló y atesoraba como “la niña de sus ojos”. Con preferencia, eso sí, hacia ópera y zarzuela, dos temas que abordó con notable propiedad y de los cuales solía escribir sabrosas notas, en las cuales destacaba el excelente manejo del idioma que caracterizó su carrera y marcó su presencia en la crónica deportiva.
Durante un tiempo hizo equipo -como comentarista- con el estelar Alfonso Saer, en las transmisiones de los juegos de Cardenales de Lara. Y también aportó la calidad de su trabajo en Radio Nacional. Como lo haría luego, en La Región y en Quinto Día, semanario este último en el cual estuvo como director-encargado en sus últimos tiempos. Casi sesenta años de recorrido profesional, con el reconocimiento general como denominador común en cada una de sus facetas.
Si al incursionar en la crónica deportiva llamó la atención por una prosa fuera de lo común en esos tiempos, también destacó por su melomanía, en particular una afición por la ópera que le llevó, incluso, a dedicar tiempo de algunas vacaciones para deleitarse acudiendo a temporadas de ópera en Nueva York. Con todo y cierta ojeriza hacia “el imperio”, como político de izquierda militante que, de paso, le costó un “albergue provisional no deseado”. Y en Caracas, que supiéramos, evitó guardias nocturnas que entorpecieran su asistencia a la zarzuela anual que presentaba Agustín Lisbona.
Fue gran amigo de Alfredo Sadel, a quien conocimos por su intermedio. Y formamos equipo con “Chichí’ Hurtado, Hildemaro Rosales y José Materán Tulene cuando este y quien escribe hacíamos pininos en el boliche.
Fueron varias décadas de sincera amistad, sin un desentendimiento, aunque discrepáramos en algunos temas. Por eso golpea fuerte conocer la muerte de Carlos Guillermo. Vayan estas líneas, entonces, en recuerdo a quien fuera sobresaliente profesional del periodismo y dilecto amigo de cuantos compartimos faena.
Descanse en paz.
Armando Naranjo
donarmandonaranjo@gmail.com
@DonArmandoN