La campaña electoral vista desde los predios de la oposición marcha por los caminos de una doble moral. Dos vertientes de sus acciones se pueden intuir en las promesas del candidato opositor. Por una parte asegura que no acabará con las misiones ni arremeterá contra los afectos al chavismo; y por otra, en sus documentos secretos, plantea desaparecer e invisibilizar todo vestigio de beneficio que llegue al colectivo venezolano.
El interés del capitalismo está centrado en acceder de nuevo al poder para usufructuar del erario público. Jamás a la oligarquía le ha preocupado el bienestar social, su empeño básico es explotar el trabajo del hombre para acumular riquezas. Al maximizar las ganancias, el capital domina no solo la voluntad del hombre sino que impone sus modelos en perjuicio de la sociedad.
Capriles en su afán de convencer a los venezolanos promete continuar con los planes y programas implementados por Chávez; sin embargo, somos concientes que de ganar las elecciones, desmontará las misiones y eliminará sin vacilación cualquier asomo de revolución y por ende, de inclusión social. La sarta de mentiras que salen del comando electoral opositor abarca cualquier área. El Consejo Nacional Electoral no escapa a sus acusaciones. Pretenden establecer una matriz de opinión para desconocer los resultados electorales y señalar a la Institución de participar en un supuesto fraude en perjuicio de sus intereses.
La moral opositora se cimenta en falsedades y argumentos manipulados. Las ofertas engañosas salen de su comando. No sienten vergüenza en sostener mentiras y pregonar iniciativas de paz cuando han promocionado la exclusión y la violencia. ¿Acaso creen que el pueblo olvidó los sucesos del 2002? El golpe de estado y el paro petrolero son dos de las acciones más aborrecibles impulsadas desde la oposición. Entonces, persiguieron sin piedad a quienes apoyaban al presidente Chávez; desconocieron los derechos humanos e implantaron una dictadura que defenestró las Instituciones establecidas por la soberanía popular. Los golpistas no volverán. Ahora Venezuela es otra.
José Gregorio González Márquez