Las protestas se suceden en Nicaragua con la intención de acabar con el poder de Daniel Ortega. El mandatario, al estilo chavista, reprime con violencia las manifestaciones y hace oídos sordos a las peticiones de la comunidad internacional.
“A la Bruja y al Moclín les llegó su fin” era el lema de una de las muchas pancartas que el pasado 30 de mayo, Día de la Madre en Nicaragua, portaban decenas de miles de manifestantes reclamando el final de la dictadura.
La Bruja es el apelativo que le dedican a Rosario Murillo, esposa y vicepresidente por imposición de su marido, Daniel Ortega, tildado de “moclín” (violador de mujeres, generalmente menores), en recuerdo de las denuncias presentadas contra él por su propia hijastra, Zoilamérica Narváez Murillo. Los presuntos delitos de abusos deshonestos, violación y continuado acoso sexual fueron cometidos entre 1978 y 1982, cuando la hija de la actual vicepresidente y de su marido de entonces, Jorge Narváez, contaba con doce años. Daniel Ortega sería finalmente exonerado penalmente en 2001 “por causa de prescripción” de tales presuntos delitos.
Esta y otras pancartas fueron destruidas sin contemplaciones por los comandos represivos que la pareja presidencial ha instaurado para cortar de raíz las protestas que, desde el 18 de abril, se extienden por toda Nicaragua exigiendo la dimisión de la pareja presidencial y las correspondientes elecciones anticipadas.
Daniel Ortega, que ya ocupara la presidencia entre 1981 y 1990 antes de ceder el poder a Violeta Chamorro, volvió de nuevo a la máxima magistratura del país en 2007, pero esta vez dispuesto a impedir por cualquier medio que la oposición lo desbancara. Así se lo explicaron claramente sus tutores cubanos, que los calificaron de ingenuos, a él y a los demás dirigentes del Frente Sandinista de Liberación Nacional, por haberse dejado ganar la partida en las urnas por la viuda del héroe nacional, Pedro Joaquín Chamorro. Una lección que también le impartieron Hugo Chávez, Nicolás Maduro y Diosdado Cabello desde una Venezuela que también derramó sobre Nicaragua dádivas por valor de 4.000 millones de dólares, a cambio por supuesto de alinearse incondicionalmente con el eje bolivariano.
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