Unos sesenta pasajeros viajan amontonados en una cabina semejante a una jaula. Varios cuelgan del estribo. Van en uno de los camiones que autoridades venezolanas ofrecen como solución a la crisis del transporte y que han ocasionado accidentes fatales.
Lejos de prohibirlos por sus condiciones inseguras, varios gobernadores y alcaldes oficialistas activaron su propia flota gratuita de «perreras», como se conoce a estos vehículos por su parecido con los empleados antaño para recoger a los perros callejeros.
«Amor por Caracas», se lee en las unidades de la alcaldía de Libertador, municipio de Caracas donde despacha el presidente socialista Nicolás Maduro, exchofer de autobús.
Unas 55 muertes se produjeron desde abril por el uso de medios improvisados como las perreras, denunció la semana pasada una comisión del Parlamento, de mayoría opositora.
Solamente el siniestro de un camión dejó 16 fallecidos en mayo en Mérida (oeste). Otra víctima fue Fernando Moreno, de 63 años, quien cayó cuando subía a «una perrera» el 15 de junio en La Yaguara (norte), según testigos.
Son «lo más feo que hay. Es como que te montaras en una jaula ganadera, empuja pa’cá, empuja pa’llá», comentó a AFP José Miguel, albañil de 20 años que vive en Los Valles del Tuy (periferia de Caracas).
Estos vehículos enrejados proliferaron por miles en manos privadas antes de que autoridades chavistas los bendijeran.
Para José Miguel, formalizar su uso «es una burla». «Coño, si vas a dar algo que sean unos autobuses que uno vaya bien. ¡Cómo vas a dar una perrera!».
En defensa de esta alternativa, Víctor Zerpa, conductor de uno de los camiones, afirma que «la alcaldesa de Libertador, Érika Farías, los puso porque los transportistas están saboteando».
Unas 40 personas caben en la perrera de Víctor, de 60 años, quien luce dos tatuajes en el cuello, uno con el rostro de Hugo Chávez y otro con la firma del difunto expresidente.
Quebrados por la hiperinflación
Un 90% de la flota de transporte público en Venezuela está paralizada ante la imposibilidad de sufragar los altos costos de los repuestos, según gremios a los que el gobierno acusa de «sabotaje».
«La hiperinflación nos tiene fregados a todos. De 12.000 autobuses que había, solo queda 10%», dijo a AFP Oscar Gutiérrez, chofer y dirigente gremial del estado Miranda, donde está Caracas.
El FMI proyecta que la inflación cerrará este año en 13.800%, en un contexto de escasez de todo tipo de bienes básicos.
Una llanta para un autobús grande, por ejemplo, cuesta 1.000 millones de bolívares, unos 300 dólares en el mercado negro.
Sin embargo, un bus de 30 pasajeros apenas produce cinco millones de bolívares diarios (1,5 dólares).
La crisis se extiende a varias regiones. En el petrolero estado Zulia, el más poblado, Henry Morales debe esperar horas para movilizarse en lo que sea. «Me he montado en camiones de basura, volteos (volquetes) y camionetas sin techo», relató el trabajador hospitalario de 51 años.
Algunos conductores de autobús han llegado al extremo de trabajar únicamente en las horas de menos calor para alargar la vida de los neumáticos, cuenta Gutiérrez.
La flota venezolana es de las más viejas de la región. «Los más nuevos los importó el gobierno en 2015 y ya hay un cementerio de estos buses. El mismo Estado no ha podido mantenerlos», añade.
«Enfermo desahuciado»
La escasez de efectivo es otro dolor de cabeza. Un pasaje urbano puede costar 30.000 bolívares, pero los bancos solo entregan 100.000 diarios.
Entre la falta de buses y billetes, muchos optan por las perreras gratuitas.
«Prefiero montarme en camiones que caminar tantas horas», justifica Ruth Mata, comerciante de 52 años que ha tenido que recorrer a pie varios kilómetros hasta su casa en Caracas, soportando una desviación de columna.
A las perreras se suman otros medios de transporte insospechados en la otrora potencia petrolera, como los camiones tipo cava, que durante el día movilizan alimentos y en la tarde seres humanos.
«Vivimos una agonía», dice Humberto Navarro mientras paga el pasaje al chofer de uno de estos vehículos.
Los problemas de movilidad han colapsado el metro de Caracas, de facto gratuito pues los absurdos precios de los tiques no cubrían los costos de operación.
Mientras, en la empobrecida barriada caraqueña de Petare, Candelaria Segovia, de 52 años, se aferra a la baranda de una perrera para no caerse. «Si no tenemos reales (dinero) no nos dejan subir en los autobuses, los camiones son más baratos», cuenta a AFP.
A Óscar Gutiérrez, conductor desde hace 35 años, le tocó parar por falta de repuestos y cree que el problema empeorará. «Estamos como un enfermo desahuciado».
AFP