Somos libres de andar como queramos; de mostrar las rodillas o la entrepierna, porque algunas pueden pensar que lo que no se exhibe no se vende o, al contrario, cuando lo deseamos, a voluntad, para no llamar demasiado la atención, nos cubrimos, ya que preferimos dejar mucho a la imaginación
Aunque compartamos el género sexual femenino; en muchos sentidos, podemos tener poca o ninguna afinidad con otras mujeres, ya que las vivencias, las tradiciones de cada cultura y raza mucho cuentan en decisiones tan importantes tales como la elección de la pareja, cuándo ser madres y el grado de instrucción al que aspiramos.
En cuanto a lo anterior, hay mundos en apariencia atrasados en los que se pierde el sagrado derecho de elegir. Ahí, qué hacer depende de los padres, hermanos y esposos más que de nosotras, pues ellos son los que deciden nuestro camino, sin tomar mucho en cuenta lo que, en verdad, deseamos o queremos.
1. Salida dominguera
Un domingo en la tarde, para verse con su novio Aníbal, Vilma salía de su casa dispuesta a pasar un rato agradable. Para romper con la tediosa rutina, en vez de encerrarse en cuatro paredes de concreto que, al cercarlos los alejaban de su verdadera esencia, dispuestos a pasar un rato lejos de lo cotidiano y de lo mundano, los dos habían elegido un lugar donde la naturaleza fuera la protagonista, un parque para caminar, ejercitarse, conectarse con su mundo interior y hasta propiciar algo de romanticismo que nunca estaba de más.
La chica de veintiocho años recién acabaditos de cumplir eligió vestir unos sencillos jeans azul con una sencilla camiseta blanca que delineaba la forma de su busto haciéndola lucir sensual y muy jovial. Llevaba zapatos deportivos. Usaba una melena que le llegaba a los hombros y sus ojos que iban del azul del cielo al verde claro eran su principal atractivo junto a su cuerpo de formas tanto femeninas como armónicas.
Vilma tomó el subterráneo porque a diferencia de los demás trasportes prometía un pronto arribo sin contratiempos. Ella pensó que, con seguridad, viajaría sin encontrar alguna novedad que la sorprendiera.
A pesar de lo anterior, un encuentro inusual la hizo reflexionar sobre su condición de mujer cuando terminó comparándose con otra fémina que vivía de modo muy distinto a la manera en que ella lo hacía. La situación la hizo recapacitar sobre su modo de vida y de su género femenino en relación a su derecho de elegir lo que sí o no le convenía.
2. Una vestimenta propia de una abuela
Entrando a la estación del metro para tomar el destino elegido, antes de bajar por las escaleras, Vilma vio a una mujer joven que llevaba una larga vestimenta que la cubría de la cabeza a los pies.
Para detallarla con detenimiento, no dudó en observarla un buen rato; tenía el rostro tapado con un velo de gruesa tela. Como sus zapatos mocasín, de color negro, eran tan cerrados como su vestido, parecía una abuela de aquellas de antes, cubierta casi en su totalidad.
Con asombro, sumergida en un estado de profundo desconcierto, Vilma miraba a la fémina que por la manera en que vestía se deducía que era musulmana. Igualmente, esta dama se encontraba sorprendida tanto de la informalidad como de la atrevida sensualidad que envolvía a Vilma, que entró en un estado meditabundo cuando se percató de la existencia de la recatada joven señora que hacía uso del mismo transporte urbano causando asombro en quienes iban en él.
Luego de sentir rechazo porque aquello contrastaba violentamente con su realidad, Vilma pensó que la mujer de nombre desconocido no había tenido opción como sí la tuvo ella de ser quien quería. Sus padres no le habían dado una profesión o un oficio para defenderse, por lo que necesitaba un hombre que la alimentara y que siempre viera por ella, y por eso ella tendría que ser sumisa y someterse a los designios de él, ignorar sus deseos, necesidades y anhelos, en fin, vivir lo que otro le eligiera, muchas veces sin tomar en cuenta lo que ella en verdad quería que, en definitiva, poco importaba.
A diferencia de la atípica mujer que sólo medianamente tenía descubierto el rostro y las manos, Vilma era capaz de valerse, con éxito, por sí misma, y hasta podía ayudar económicamente a sus familiares cuando ellos lo requirieran.
3. Insistentes ojos oscuros
Después de que bajó los pisos de la escalera mecánica, distanciándose de la extraña dama que se había convertido en un hallazgo para ella, Vilma sentía que unos ojos oscuros la seguían de manera tan fuerte que parecía que tenía alfiles clavados en su espalda.
Cuando iba en uno de los vagones rumbo a donde desembarcaría, Vilma reflexionó sobre lo que significaba ser mujer en las circunstancias de las que ella disfrutaba, de vivir tal como se le presentaran los acontecimientos, con las subidas gloriosas y las acostumbradas caídas. Definitivamente, era feliz como estaba. La brisa jugaba con su cabello porque ella así lo deseaba.
Asimismo, algún día, si tomaba la decisión de casarse, sin presiones, elegiría a quién sería su compañero de por vida, o por lo menos buena parte de su existencia. Si esa unión marital no funcionaba, tendría también la posibilidad de acabar con ese vínculo porque ella era la dueña de su destino y no alguien más.
Aunque, con intensidad, amaba a Aníbal, Vilma deseaba darle tiempo al tiempo para saber que habría tomado la decisión más acertada y no el desacierto del siglo que le conduciría a momentos infelices cuando unas cuantas amarguras le causara mientras que la musulmana no tenía derecho de elegir qué destino tomar ni tampoco de hacerle cara a las consecuencias cuando la decisión tomada no fuese la mejor opción.
El sagrado derecho a elegir
Algo muy valorable que la mayoría de las mujeres latinas tenemos es la capacidad de elegir con quién queremos estar; qué pasará con nosotras o cuándo seremos madres. Además, podemos escoger quién será el padre del hijo que tengamos y protestar cuando algo nos resulta impuesto por él.
Somos libres de andar como queramos; de mostrar las rodillas o la entrepierna, porque algunas pueden pensar que lo que no se exhibe no se vende o, al contrario, cuando lo deseamos, a voluntad, para no llamar demasiado la atención, nos cubrimos, ya que preferimos dejar mucho a la imaginación.
La Voz de la mujer
Isabel Rivero De Armas
isabelrivero70@hotmail.com