La familia del joven Ánthony Borges, conocido por su valentía durante la masacre de Parkland, ocurrida en 2016, huyó de Venezuela por la inseguridad
Parkland, el nombre de esta ciudad suena a muerte, a personas asesinadas a tiros. En Estados Unidos, el país más fuertemente armado del mundo, mueren 36.000 personas al año por armas de fuego.
Pero los muertos en tiroteos masivos, crímenes violentos o suicidios no son las únicas víctimas. Son muchos más los heridos. Luego que se disipa el interés de los medios, ellos siguen sufriendo físicamente y luchando durante años contra sus demonios psíquicos. AFP habló con uno de ellos.
La familia Borges salió de Venezuela por la incertidumbre política y la criminalidad rampante. En su última migración, llegaron al sur de Florida en 2014, cuando Ánthony tenía 12 años.
Cuatro años después, un joven abrió fuego en su escuela, el instituto Stoneman Douglas de Parkland, al norte de Miami. Dejó 17 muertos y 17 heridos. Ánthony recibió cinco disparos, uno en la espalda, otro bajo la axila y tres en una pierna.
«Uno luchando por salir de Venezuela para mejorar y viene a pasarle esta desgracia», dice Ánthony, que cumple 17 años en noviembre.
Después de recibir el tiro en la espalda, Ánthony pudo entrar al salón de clase donde se refugiaban 20 compañeros. Con su cuerpo mantuvo la puerta cerrada. El atacante disparó a través de ella y le pegó las otras cuatro veces. Así salvó a sus compañeros, quienes ahora lo apodan «Iron Man».
«Yo la verdad no me siento como un héroe, no, sino una persona normal», dice.
Aparentemente inmune al calor del verano subtropical de Florida, lleva un suéter Nike que se levanta sin protestar para mostrar sus cicatrices.
Cruzan su torso como un crucigrama. «Por ahora todo va bien, está todo mejorando. Fue bien difícil, dos meses acostado…», relata.
Después de 13 cirugías y meses de fisioterapia, ya ha recuperado la movilidad en todo el cuerpo, excepto en un pie. Aún no puede mover los dedos y tal vez necesite otra operación. «A veces tengo sueños», cuenta, hablando de las pesadillas que siguieron al tiroteo. «No tantos como antes, pero sí sueño. Y a veces me dan dolores en las piernas, en la espalda, cuando camino».
Dice poco y, cuando lo hace, parece que hablara consigo mismo. «Todo esto lo ha puesto más callado y reservado», comenta su padre, Royer Borges, un administrador de propiedades.
Pero Ánthony sonríe y sus ojos se animan cuando se le pregunta por la visita que hizo en marzo de este año al Camp Nou de Barcelona, adonde había sido invitado por el Barça cuando aún convalecía. Dice que esa promesa lo ayudó a mejorar.
Ánthony siempre quiso ser jugador profesional. Cuando ambos dieron su primera conferencia de prensa tras salir de la clínica, el padre dijo que el pistolero había truncado el sueño de su hijo. Aún no se sabía si perdería la pierna.
Pero todo salió bien. Ahora puede jugar fútbol con sus amigos y pronto volverá a entrenar con su «coach» brasileño.
Pero a los Borges no se les va el miedo. Ánthony y su hermano menor no han vuelto a la escuela y están completando su educación en casa. «Prefiero quedarnos en la casa y no pasar ese susto tan grande», dice el padre.
Los Borges están demandando a las autoridades del condado por no haber protegido a los estudiantes de un exalumno que ya había demostrado inestabilidad mental. Cuando los litigios terminen, la familia quiere irse a Europa.
Ánthony no ha sido parte del movimiento contra las armas que surgió en su escuela tras el tiroteo. Su padre, conservador y cristiano, opina que «por ahí no va la cosa», sino que pone el foco en la salud mental.
Cuenta que se enteró por Instagram del tiroteo de El Paso. «Sentí algo feo, porque sé la experiencia, sé cómo se siente», dice.