Cuando en las redes sociales se anunció que un grupo de mujeres iniciaría una huelga de hambre en la Catedral Metropolitana de Managua para exigir la liberación de los detenidos en el marco de la represión contra las protestas que exigen el fin del mandato del presidente Daniel Ortega en Nicaragua, la Policía creó un cerco alrededor del templo y decenas de simpatizantes de Ortega irrumpieron con violencia y agredieron a un sacerdote y una monja. La Iglesia catalogó el incidente de «profanación» y a través de un comunicado exigió a Ortega que «tome acciones inmediatas» para que se respeten todos los templos católicos del país y ordene a la Policía «que retire sus tropas que asedian e intimidan» a la feligresía. El incidente de la Catedral muestra la tensión en las relaciones entre la Iglesia y el Gobierno, que ha acusado a los sacerdotes de instigar lo que ha denominado un intento de golpe de Estado en su contra, desde que estallaron las protestas en abril del año pasado.
El asedio se recrudeció el fin de semana, después de que Ortega dijera con relación a la crisis de Bolivia que la «vía electoral» se había agotado y justificó el uso de las armas «para tomar el poder por la vía revolucionaria». Parroquias fueron sitiadas por la Policía en varias partes del país y atacadas a pedradas por simpatizantes de Ortega. El régimen se ha ensañado en específico con una: San Miguel Arcángel, localizada en la rebelde Masaya, donde 14 personas mantienen una huelga de hambre acompañadas por el párroco, Edwin Román, quien ha mantenido una posición activa a favor de los manifestantes desde el inicio de la crisis. Ortega ordenó el corte de los servicios de agua y energía y ha arrestado a 13 personas que intentaron llevar ayuda. El cerco cumplió seis días este martes.
Misas, peregrinaciones y otros actos religiosos son espacios en los que la gente muestra su repudio al régimen en Nicaragua. Los sacerdotes se han expresado contra la represión y las violaciones de derechos humanos y en los momentos más duros de la crisis han arriesgado hasta su integridad, como ocurrió en Sébaco, al norte de Nicaragua, cuando monseñor Rolando Álvarez cargó una imagen y recorrió las calles en medio de las balas. O cuando los obispos se trasladaron a Masaya, tomada por grupos ilegales al mando de Ortega, para evitar una nueva masacre. «La entrada de los obispos es una épica de niveles medievales», asegura una fuente cercana a la Iglesia.