Era la noche de Navidad. En la calle se vivía en ambiente de alegría, ya que esa noche nacería el salvador del mundo. Los niños esperaban con ansiedad la media noche para recibir los regalos que le traía el Niño Dios. Sin embargo, no todos eran felices. Armando El Gruñón, como se le decía en el pueblo, se encontraba trabajando en su oficina y criticaba y murmuraba que cómo era posible que la gente, en vez de trabajar, armara tanta alharaca por una fiesta del nacimiento de un niño.
Su hijo, un niño de 12 años, había sentido en su corazón ese espíritu navideño que se encontraba en las calles de su ciudad y compartía con sus amigos el deseo que él apreciaba por ver qué regalo le iba a traer el niño Jesús. Aunque en años anteriores nunca recibió ese preciado regalo que hoy esperaba, decidió entrar en el despacho de su padre, que aún se encontraba trabajando en su oficina, con el fin de desearle unas felices navidades, pero este no lo recibió de buena manera, sino al contrario, aunque él pensaba que podría invitar a su padre a pasar la Navidad en reunión familiar. Sin más comentario le dijo: “Eso no tiene sentido para mi, esta noche es una noche como todas las demás y retírate que debo continuar con mi trabajo”.
Armando El Gruñón vivía apartado de todos sus familiares y hasta se había mudado a un edificio muy lúgubre y frío como él.
Después de haber despreciado la invitación de su hijo, sintió algo raro en su corazón y se retiró a su habitación. Cuando ya estaba en su cuarto se le apareció un ángel y le dijo que estaba ahí para hacerlo recapacitar de cómo vivía, porque ahora él tenía que sufrir por la vida que había llevado. El ángel era el espíritu de las navidades futuras y le mostró cómo serían de tristes y solitarias si no recapacitaba de lo que había hecho con su existencia. En ese momento creyó que todo lo había soñado, era día de Navidad, y las lágrimas brotaban de sus ojos y se dio cuenta del error en que había cometido y le dijo a un muchacho que vio en la calle que fuera y comprara el pavo más grande y que lo llevara a su casa y le expresara a su hijo cuánto le dolía no haberlo entendido lo importarte que era la familia y el amor que ello representaba para todo ser humano, que iría esa noche de Navidad a compartir la alegría del nacimiento de Niño Jesús.
Salió con sus mejores galas, muy feliz porque podía cambiar y se dirigió a la casa que él abandonó por su estado de sorbería y de egoísmo. Al llegar fue recibido por toda su familia, que lo esperaba con ansias. Pidió que lo perdonaran y le dijo: “Que a partir de este instante todo cambiaria en él y estaría con ellos hasta el fin de su vida”.
Desde entonces se transformó en un buen hombre, a quien todos querían. Esa noche su vida dio un giro 90 grados, y muchos años después, en el lecho de su muerte, pedía que le llevaran la imagen del Niño Jesús. Su partida a la gloria del Señor fue un 24 de diciembre a las 12:00 de la noche y cuentan en la comarca, donde vivió muchos años, que un señor muy parecido a Armando El Gruñón repartía regalos a los niños más pobres del pueblo.
Recordemos que la navidad es tiempo de aprender amar al prójimo y de tener conciencia que la vida es efímera pero la fe la hace infinita…