La historia la víctima la relató bajo anonimato, y comenzó con una infidelidad que quedó resumida en un embarazo no deseado y una fractura craneal ocasionada por su pareja, quien se enteró del engaño poco tiempo después de regresar al país
Andreína es el nombre ficticio de una víctima de violencia de género, quien decidió contar su historia de forma anónima. Su infidelidad quedó resumida en un embarazo no deseado y una fractura craneal ocasionada por su pareja, quien se enteró del engaño poco tiempo después de regresar al país.
Tres años después de que su pareja emigró, el alcohol le quitó la pena y las inseguridades a Andreína, y su nuevo vecino era la mejor opción para calmar su deseo carnal. Era tan alto el grado de alcohol en ambos, que realmente no recuerdan si aparte de haber usado un condón defectuoso tuvieron sexo sin protección. El arrepentimiento no llegó solo con la resaca, sino un mes después cuando su menstruación faltó.
Sin embargo, la preocupación mermó la siguiente semana con un breve sangrado que 4 meses después entendería que no era la llegada del período. Una prueba de embarazo positiva reveló la inocultable evidencia de infidelidad: Andreína esperaba un hijo de su vecino, y al mismo tiempo, esperaba el regreso de su pareja.
Abortar no era una opción, terminar su relación tampoco. Su familia empezaba a notar el «aumento de peso», pero ni siquiera les pasó por la mente la verdadera razón. Sin embargo, Daniel, su pareja, se enteró apenas la vio. «Cuando llegó al aeropuerto me preguntó ¿Y esa barriga? Y yo le dije que no estaba cuidando mi alimentación. Pude ver el odio en su mirada, sabía que le estaba mintiendo, pero no dijo nada», relata Andreína.
Después de una alcoholizada celebración en familia por el regreso de Daniel, el apartamento se convirtió en un infierno. «¿De quién es? ¿Cuántos meses tienes? ¿Cuándo fue? ¿Cuántas veces estuvieron juntos? ¿Lo conozco? ¿Es de tu ex?» el hombre la acribillaba con preguntas, mientras ella solo negaba el embarazo.
Cada segundo sentía más terror, pero ni siquiera puede explicar lo que sintió cuando Daniel le preguntó qué pasaría si le daba una patada en la barriga. Al principio ella temía por su vida, pero era peor pensar que mataran al bebé que llevaba en su vientre y todo quedara en su consciencia.
Cuando menos lo esperaba, el primer y único golpe llegó directo a la cara. No lo resistió, y automáticamente cayó, pegando la cabeza al piso. La expresión enfurecida de Daniel fue lo último que vio. Cuando despertó en un hospital, él no estaba, solo su familia.
El diagnóstico: fractura craneal. Era necesaria una operación que en su entorno solo alguien podía pagar: Daniel. Y así lo hizo, cubrió los gastos pero nunca le dio la cara, nunca le ofreció una disculpa. Más nunca cruzaron mirada o palabra.
Andreína hizo lo que muchas mujeres influenciadas por el miedo hacen: decidió no denunciarlo. «Él pagó la operación», «fue mi culpa», «yo lo provoqué», «no debí ser infiel».
A Daniel más nunca lo vio. Con la familia de él más nunca tuvo contacto. Años después, su hijo no sabe quién es su papá ni las consecuencias de que haya quedado embarazada. Ella mantiene su posición, insiste en que sus acciones provocaron la violencia. Incluso sus amigos le dicen que fue su culpa, aunque su familia le diga que si bien la infidelidad era motivo de molestia, nada justifica que la haya golpeado.
Condón roto, fractura craneal y una denuncia no realizada: las graves consecuencias de una infidelidad