De niño casi no se notaba. Después fue creciendo. Ahora lo podía matar.
La malformación vascular con la que creció Omar Patzán le deformó parte de la cara, le impedía ver por su ojo derecho y le dificultó ir a la escuela debido a que, de repente, se ponía a sangrar.
Lo mismo le pasaba si jugaba fútbol o si ayudaba a su padre en su trabajo en construcción. Con el tiempo, el sangrado podía llegar a niveles que pondrían en riesgo su vida.
En 2018, un grupo de ayuda estadounidense le conoció y apostó por ayudarle.
Un año después, con miles de dólares recaudados y cartas de congresistas obtenidas para que le otorgaran una visa, Patzán acabó en manos de un cirujano mexicano en Nueva York que es considerado “el padrino” de la neurocirugía intervencionista.
En momentos en que el mundo sufre el golpe del coronavirus, el joven de 18 años inicia ahora el camino hacia una nueva vida lograda gracias a la compasión de sus vecinos, activistas y médicos que viven a miles de kilómetros de distancia del país latinoamericano.