Esta semana los venezolanos conocimos la decisión de prolongar la cuarentena con motivo del coronavirus COVID-19 que afecta al mundo entero.
Como en todo el mundo, cualquier medida en uno u otro sentido causa polémica, dado que aún no sabemos muy bien cual es el alcance de este nuevo enemigo que enfrentamos.
Sin embargo, de cara al escenario que actualmente conocemos con certeza en nuestra patria, que no es otro que la extensión del confinamiento, vale la pena que consideremos cuáles consecuencias puede traer esa decisión; así como lo que se plantearía si la situación se diera en sentido contrario.
Creemos que lo primero que hay que recordar, es que esta contingencia mundial sorprende a Venezuela en lo que quizá ha sido el momento más complejo de su historia en términos de vulnerabilidad de su población.
La mayoría de los ciudadanos viven día a día y la prolongación del encierro por dos meses estaría dejando de manos atadas a quienes se ganan el sustento con su salida diaria a trabajar.
Esta decisión afecta también a las minorías que puedan contar con unos ahorros y permanecer un tiempo más en casa, ya que se están comiendo o se han comido estos recursos y en algún momento se van a encontrar con la alcancía vacía.
Tampoco podemos contar mucho con las bondades del teletrabajo. Esta modalidad que se expande por el mundo y que no es extraña en nuestro país, necesita para salir adelante el contar con un buen servicio de internet, que sabemos no es el caso por estas latitudes.
Otro asunto sumamente espinoso es la paralización de las clases. Estamos viendo desde padres que deben salir a la calle contra lo que sea a buscar el sustento y no saben qué hacer con los pequeños que deben permanecer en casa, hasta serias dudas por parte de los representantes sobre cómo abordar las tareas que envían los docentes vía Whatsapp.
Sin duda estos instrumentos de educación a distancia han avanzado bastante y en algunas naciones se ha migrado totalmente a ellos de cara a la pandemia. No es el caso de Venezuela.
Para nadie es un secreto que estamos rezagados en ese sentido, entre otras cosas por los problemas de conectividad ya mencionados. Por otra parte, ni los alumnos ni los profesores están habituados a esta manera de trabajar y desde hace rato se escuchan las quejas de muchos representantes con respecto a la manera de implementa esta suerte de Plan B para los educandos.
Nos permitamos pensar que el contacto directo con el maestro es necesario en este momento, en un país aún no preparado para migrar hacia la docencia remota. Es algo a lo que aspiramos y esta contingencia nos ha alertado en cuanto a que debemos trabajar en ello; pero llegar a niveles en los cuales esto sea un aporte más que un obstáculo, va a exigir tiempo y trabajo.
Y en general, sabíamos que nuestro país venía a media máquina desde mucho antes de esta circunstancia. No tenemos las reservas para resistir una paralización prolongada en ningún sentido. A eso nos referimos con la vulnerabilidad más elevada que padecemos, al compararnos con otras naciones.
Finalmente, tenemos que tomar en cuenta que la desaceleración sostenida de la economía también terminaría por llevarse muchas vidas entre los grupos más vulnerables, ya que sin duda empeoraría la situación justamente a quienes están más necesitados. Y hay que prepararse, porque la adversidad económica es mundial y no va a ser extraña a Venezuela, tal como lo pudimos sentir con el inesperado e insólito bajón de los precios del petróleo, ocurrido semanas atrás.
En cuanto a la posibilidad de ir retomando actividades, pensamos que es mucho lo que ya ha aprendido el mundo al respecto en estos meses.
De ningún modo se trata de irresponsabilidad, de subestimar la amenaza o de anteponer la ganancia económica por encima del valor de la vida humana.
En muchos lugares se están abriendo las actividades bajo ciertos parámetros en común: deben ser escalonadas, fase por fase y bajo un estricto monitoreo de pruebas que permitan tener un profundo conocimiento del avance o retroceso de las cifras de nuevos contagiados.
Dependiendo de esta información, se podrá avanzar en escalones más elevados de la apertura o, en caso contrario y de manera responsable, echar hacia atrás cuando sea necesario. Deben mantenerse los rigores de la distancia social, el uso del tapaboca y el frecuente lavado de manos.
Los médicos y científicos de todo el mundo que están en la primera línea de lucha contra la pandemia, lo dicen: no se va a ir de buenas a primeras. No hay una vacuna a la vista y en el caso más optimista, puede tardar al menos un año en producirse.
Tenemos que acostumbrarnos a vivir con ella. A abrazar un nuevo modo de vivir, que sea seguro y que a la vez nos permita seguir adelante.