David Uzcátegui
El nombre de Venezuela se ha visto involucrado una vez más en un penoso incidente diplomático, al darse a conocer la decisión del gobierno de Nicolás Maduro de expulsar de nuestro país a la embajadora de la Unión Europea, Isabel Brilhante Pedrosa.
La UE pidió en respuesta que se revoque la decisión ya que esto solo acarrearía un «mayor aislamiento internacional» a Caracas. Los gobiernos de Colombia, Bolivia y Paraguay han emitido también sus respectivos comunicados, condenando la decisión.
«La Unión Europea condena firmemente esta decisión y lamenta profundamente el mayor aislamiento internacional que resultará. Pedimos que se revoque esta decisión», fueron las palabras del alto representante de la Unión Europea para la Política Exterior, Josep Borrell, en un comunicado.
Ante una eventual respuesta del bloque sobre la expulsión de la funcionaria, el vocero de la comunidad europea aseguró que “reaccionarán con las medidas apropiadas” cuando llegue una “notificación formal”.
Consideramos que este episodio se trata, lamentablemente, de un escalón más en la triste ruta de aislar a nuestro país del mundo, de actores internacionales que pueden traer soluciones a la compleja crisis económica, política y social que estamos atravesando.
Y estamos hablando de cerrar el vínculo nada menos que con 28 países de uno de los bloques más poderosos del mundo, a nivel político, económico y diplomático. Naciones en las cuales nació la civilización como la conocemos, a partir de las cuales nos originamos, y de quienes recibimos cientos de miles de inmigrantes; muchos de cuyos hijos y nietos han regresado a las tierras originarias de sus antepasados, reforzando un vínculo que es indivisible, real y actual en todo sentido.
Ciertamente, en medio de este prolongado conflicto que hiere a nuestra tierra, la UE siempre ha mantenido una posición más moderada que la de Estados Unidos, e incluso con criterio de diligencia mediadora.
Sin duda es, desde nuestro punto de vista un despropósito; ya que, si se accionara con criterio político en función de encontrar respuestas verdaderas para la solución venezolana, se estaría pensando más bien en sumar mediadores, en encontrar actores de peso en la comunidad internacional que puedan avalar una salida a este prolongado y letal desencuentro. Y la Unión Europea, por su perfil, es sin duda un posible facilitador –como lo ha sido en ocasiones anteriores– que podría contribuir a hallar respuestas.
Poco conviene en estos momentos subir la temperatura a la percepción internacional sobre nuestro país. El mundo sufre de la arremetida de una pandemia que está lejos de ser superada aún, y para colmo a eso se le suman las terribles consecuencias económicas de este evento.
Esta política de “carrito chocón” no es conveniente para nadie. La diplomacia es una disciplina extremadamente compleja, que debe ser ejercida en función del bien supremo de los pueblos y no de agendas de poder que los perjudiquen.
La cantidad de choques diplomáticos que suma en su recorrido la autodenominada revolución, debería ser una alerta roja respecto al rumbo errado que la conduce. Ese lamentable episodio con Europa continúa con lo que ya es una tradición: horadar las relaciones con naciones que tradicionalmente han sido nuestras aliadas, con quienes tenemos no solamente lazos económicos y políticos, sino también culturales e incluso de afectos; algo que no hace sino restar a las posibles alianzas que permitirían trazar un mejor futuro para Venezuela.
Y, muy por el contrario, se producen acercamientos con naciones que históricamente no nos han sido significativas y que están rezagadas del progreso en los más diversos aspectos, incluyendo el muy delicado de los derechos humanos.
Por suerte, la respuesta de los voceros de la UE ha sido moderada y se mantiene en los canales diplomáticos. No dudemos que, una vez más, pueda suceder que una decisión errada, tomada más con las vísceras que con la cabeza, sea enmendada en el camino y esto quede simplemente como otro mal recuerdo.
La colección de enfrentamientos con aliados ya es grande, y afortunadamente algunos se han desandado, como ha sido el caso con España, por ejemplo. Así que pensamos que no todo está perdido en esta situación.
Las naciones trascienden nuestras pequeñas historias humanas. Y los vínculos siguen allí, intactos, a pesar de la coyuntura que suena tan alarmante. Apostamos a que, por proceso natural, nuestras relaciones con la UE permanezcan en el tiempo, y se estrechen cada vez más, ya que es mucho lo que podemos aprovechar de ellas.
Enfocar los vínculos internacionales con criterios de ganar-ganar debería ser la premisa. No creemos que pueda ser de otra manera con Europa, un vínculo que desde hace mucho tiempo es indisoluble. Y hoy, creemos que lo es menos que nunca.