Te has detenido alguna vez a contemplar las flores, las aves o los paisajes naturales? ¿Has detallado la belleza de una noche estrellada, de una puesta de sol o de un amanecer?
Todo lo que vemos es el reflejo del poder de Dios, tal como lo leemos en el Salmo 19, versículo 1-2
“Los cielos cuentan la gloria de Dios, Y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día. Y una noche a otra noche declara sabiduría”.
Con todo el conocimiento y la tecnología del mundo actual, el hombre no ha logrado crear nada que iguale o se acerque a la belleza de la naturaleza.
Muchos artistas han tratado de llegar a esa perfección, pero el talento humano es limitado.
Sin embargo, toda la maravilla que contemplamos no se compara con la obra perfecta de Dios: el ser humano.
Y así lo define el Rey David en el Salmo 139 versículos 15 y16
“No fue encubierto de ti mi cuerpo. Bien que en oculto fui formado,
Y entretejido en lo más profundo de la tierra. Mi embrión vieron tus ojos,
Y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas Que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas”.
La humanidad podrá alcanzar muchos avances en todas las áreas de la sociedad, pero nunca podrá construir la obra perfecta de Dios: tú y yo.
Por eso decimos: “Tú creaste mis entrañas; me formaste en el vientre de mi madre. ¡Te alabo porque soy una creación admirable! ¡Tus obras son maravillosas y esto lo sé muy bien!”. Salmo 139, versículos 13-14.
Dios se deleita en su creación, demostrando su amor infinito por el ser humano. ¿Estamos respondiendo a ese amor?
Ser cristiano no es profesar una religión, es tener una relación personal con Jesucristo como Salvador y Señor de nuestra vida.
Dios te bendiga y te guarde, hasta el próximo encuentro con La Palabra de Dios.
Lic. Beatriz Martínez (CNP 988) beaperiodista@hotmail.com