La pandemia del Coronavirus también ha cobrado las vidas de reconocidas figuras de distintos ámbitos
La pandemia ha paralizado hasta las despedidas finales, las que suponen un adiós definitivo y merecen un ritual. Por eso muchos artistas se han quedado sin ellas, tras fallecer por el virus y sus complicaciones. Lo que no quita que podamos recordarlos porque con sus obras, sus músicas y sus actuaciones siempre serán a nuestros ojos, eternos inmortales.
En uno de sus tantos pensamientos poéticos, Jorge Luis Borges habló una vez de inmortalidad. E inevitablemente de su contrario, la muerte. A ojos del autor argentino, una forma de amenaza más original que la de recurrir a la muerte, es la amenaza de una eterna inmortalidad.
Esa opción es la que en verdad a Borges le parecía interesante, y en ella ha caído, curiosamente, el hoy protagonista Covid-19. Porque por más que ha cumplido su amenaza sobre un sinnúmero de personalidades de la cultura, no ha podido evitar entregarles también una cierta inmortalidad: la de ser recordados por siempre; no por el virus, sino por quiénes fueron antes de contraerlo.
Por ejemplo, en la arquitectura. Caso del italiano Vittorio Gregotti (1927-2020), ‘uno dei primi’, por desgracia, uno de los primeros célebres en fallecer de una pulmonía, agravada por coronavirus. La muerte, la «vida vivida» que decía Borges, le abrazó el 15 de marzo en el Milán que también lo vio crecer, y desde donde se erigió como el arquitecto que fue, más comprometido con la ciudad que con un singular edificio, más comprometido con el urbanismo social que con la estética.
Porque Gregotti, figura de posguerra, diestro ensayista, estuvo al servicio de la gente en cada una de sus transformaciones. «La transformación que construye» era su lema conceptual. Vinculado de hoy en adelante a su firma, grabada en el Centro Cultural Belém de Lisboa, en el gran barrio milanés Bicocca, en estadios como el Olímpico de Montjuïc de Barcelona y el Agadir de Marruecos, así como en los teatros Gran Teatro Provenza del sur de Francia y el Degli Arcimboldi de su Milán.
A partir de ahora sepan que el jazz sonará diferente
Si con Gregotti la arquitectura ha visto tambalear sus cimientos, cómo describir el actual estado de la música, sin duda la disciplina más golpeada de todas, con el género más dolido y desamparado de todos: el jazz. Y ahí, tal vez Borges tenía razón en que lo terrible de esto «es saberse inmortal», creérselo, y jazzistas como Manu Dibango o Ellis Marsalis Jr. parecían inmortales en vida. Como si jamás fuesen a desaparecer.
El primero en empaparnos de realidad fue el músico camerunés Dibango (1933-2020), el patriarca del jazz africano, el ‘Papy Groove’ de la pista, el saxofonista de ‘Soul Makossa’. Y podríamos seguir si no fuera porque otro patriarca estadounidense, Marsalis Jr. (1934-2020), le siguió la nota, dejándonos el triple legado de pianista leyenda, educador y padre de músicos estrellas que bien sabían que él lograba «sacar lo mejor de nosotros mismos».
En Dibango la música dejó de sonar el pasado 24 de marzo, aún cuando desde el hospital había reclamado que «próximamente» se uniría a nosotros. En Marsalis Jr. el bebop cesó el 1 de abril, no solo por el contagio sino, de nuevo, por una neumonía agravada por el SARS-CoV-2, responsable además de los fallecimientos de los saxofonistas estadounidenses de jazz Lee Konitz (1927-2020) y Giuseppi Logan (1935-2020), así como del contrabajista del género Henry Grimes (1935-2020).
Konitz llegó a trabajar con Miles Davis, llevaba 75 años en la música. Toda una vida o «muerte que viene», según nuestro narrador de pérdidas Borges. Lo de Logan, por el contrario, fue una gran vida de peripecias: primero como autodidacta de numerosos instrumentos, luego como surfista entre las olas ‘rhythm&blues’ y ‘free jazz’ (de las que creó los álbumes ‘ESP-Disk’ y ‘More’), y después como resucitado por el productor Josh Rosenthal, quien le ayudó a grabar otro disco, tras décadas viviendo en la calle y siendo internado en instituciones mentales.
Una pobreza que por igual sufrió Grimes quien, pese a ser referente de la misma vanguardia, estuvo desaparecido de la música durante 30 años por problemas de dinero y trabajos mal cualificados. No sería hasta 2003 que volvería a renacer (luego de que una revista lo diera por fallecido), demostrando que seguía siendo tan bueno como en las épocas en las que llegó a tocar con el citado Konitz.
Mientras el cine exista, ellos también seguirán entre nosotros
No era por capricho que decíamos que la cultura está de luto. Es por el grosor de esta fatídica lista de artistas fallecidos por coronavirus, que ya han adoptado la condición de inmortales. A ellos se les ha unido el cantautor de folk-country y ganador del Grammy John Prine (1946-2020), así como Eddy Davis, Adam Schlesinger, John ‘Bucky’ Pizzarelli, Wallace Roney, Joe Diffie y Alan Merrill.
Todos músicos de un mundo al que especialmente se le detuvo el corazón con la muerte de Lucía Bosé (1931-2020). Hace un tiempo, antes de la pandemia, la gran actriz ítalo-española relató a ‘Vanity Fair’ una anécdota que hoy viene al caso. Estaba renovando su carné de identidad, cuando el responsable de la comisaría le dijo en broma: «Como usted es inmortal, ¿qué fecha de caducidad quiere que le ponga?». Al parecer, según detalló entonces la musa del neorrealismo, el hombre le terminó escribiendo el 1 de enero de 9999, dándose oficialmente por inmortal.
Decía nuestro argentino Borges, cual Parca invitada por estas vidas, que «lo que de veras fue, no se pierde. La intensidad es una forma de eternidad». Ergo la intensa carrera de Lucía Bosé jamás se perderá, aun cuando muchos a veces la han reducido a su matrimonio con el torero Luis Miguel Dominguín o al título de madre de grandes como Miguel Bosé. Ella, que debutó cuando se estrenó en el cine el gran director Michelangelo Antonioni (‘Crónica de un amor’); ella, que entregó aire a una España helada por el franquismo, con cintas como ‘Muerte de un ciclista’ de Juan Antonio Bardem o ‘Así es la aurora’ de Luis Buñuel. Ella, de pelo azul, cerró su último rodaje el 23 de marzo.
Set al que no acudirá más el dramaturgo estadounidense Terrence McNally (1938-2020), autor de la obra teatral ‘Ragtime’ y la cinta ‘Frankie & Johnny’, además de ganador de cuatro premios Tony y un Emmy. Nunca se frenó en tratar el sida o la homofobia. Al set tampoco irá más la actriz Lee Fierro (1929-2020), también estadounidense y alma de teatro, conocida por su papel en ‘Tiburón’; ni el actor inglés Andrew Jack (1944-2020), quien participó en varias cintas de la saga ‘Star Wars’ como líder de la Resistencia y era uno de los entrenadores de dialectos más importantes del cine.
Quién ahora enseñará tan bien las lenguas de ‘El señor de los anillos’. Y quién ahora dominará tan bien las luces y las sombras como el director de fotografía Allen Daviau (1942-2020). Era el mejor, sobre todo si eran películas de Steven Spielberg, como ‘E.T.’ y la famosa imagen en bicicleta con la luna de fondo. Escenas por las que vivirán mientras el cine exista.
Por el Covid-19, desdibujadas letras latinoamericanas y en español
Todas las figuras aquí homenajeadas eran mayores —de ahí la importancia de cuidar a quienes tengan más de 60—, y muchas eran de un país, Estados Unidos, que no se ha hecho a la idea de sus pérdidas. Como España o la región de Latinoamérica, que aún no han podido asimilar que ya no volverá el ingenio del padre del teatro en catalán Josep Maria Benet i Jornet (1940-2020), al igual que no regresará la brillantez del novelista chileno Luis Sepúlveda (1949-2020).
El encierro encierra la verdadera realidad de ahí fuera. Pero lo genial de los libros es que también conservan un mundo en el que aún están ellos, un mundo que escribieron y otras veces un mundo en el que merecían ser descritos. Porque la biografía de Sepúlveda, querido en Alemania, Francia, Italia y España (fue en Asturias donde finalmente murió el 16 de abril), hubiera dado para grandes tomos sobre su vida en la cocina y como ecologista; como hijo de madre enfermera mapuche y padre militante comunista; como preso durante la dictadura de Pinochet y como hombre en exilio en Alemania, Uruguay, Brasil, Paraguay y Ecuador, impulsando a veces un grupo teatral para la resistencia y hasta conviviendo con indígenas shuar. ¿Sepúlveda era o no era para novela?
Al menos nos dejó las suyas: ‘Un viejo que leía novelas de amor’, ‘Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar’… Hoy Sepúlveda está reunido con su vecino, el dibujante argentino Juan Giménez (1943-2020), autor del fantástico clásico ‘La casta de los Metabarones’, quien viajó contagiado desde España hasta Argentina para ver suelo patrio una vez más. La última.
Una última vez que, no necesariamente por coronavirus, nos espera de manera infalible a todos. Porque, parafraseando a Jorge Luis Borges, con la licencia de un cambio de sujeto, «a nosotros también, en otras playas de oro, nos aguarda incorruptible nuestro tesoro: la vasta y vaga y necesaria muerte».