A lo largo de la historia ha habido múltiples intentos de sentar las bases de una lengua común. A medida que las relaciones internacionales aumentaban, especialmente en el ámbito económico y mundial, la necesidad de contar con un único idioma vehicular se hizo cada vez más patente. Es lo que Umberto Eco denominó como “búsqueda de la lengua perfecta”.
La única lengua que consiguió extenderse por casi todo el mundo fue el latín, pero incluso en este caso, con el tiempo, las variaciones de las diferentes zonas del Imperio terminaron por provocar la incomprensión entre los ciudadanos romanos. Cabe destacar, en este sentido, que cuando nos referimos a lengua lo hacemos estrictamente en el sentido del idioma, es decir, en el conjunto de signos que una comunidad en concreto emplea para comunicarse, ya sea por escrito o de forma oral. No debemos confundirlo con el lenguaje, cuya representación va más allá de las palabras, por ejemplo, el lenguaje matemático. En este último caso, de hecho, sí existen convenciones internacionales, lo que permite que dos matemáticos que no hablen el mismo idioma sí puedan entender un mismo problema.
A finales del siglo XIX, los contactos entre países alcanzaron su máximo esplendor gracias a la revolución de los transportes. En este momento, cuatro eran las lenguas que trataban de hacerse con el título de “lengua internacional”: el francés, idioma especialmente empleado entre los diplomáticos; el inglés, protagonista en la economía y el comercio; el alemán, imprescindible en el campo de la tecnología, y el ruso, presente en casi todos los ámbitos.
Precisamente en el antiguo Imperio ruso fue donde nació Ludwig Zamenhof, un hombre que marcaría un punto de inflexión en la búsqueda de esta lengua común. Zamenhof, cuyo nombre original es Eliezer, creció en la ciudad de Bialystok (actualmente en Polonia), un lugar poblado por numerosas comunidades etnolingüísticas que a menudo tenían conflictos entre ellas debido a la incomprensión idiomática. Desde muy pequeño, Zamenhof soñó con crear una lengua que permitiese a todos los ciudadanos del mundo comunicarse entre sí. Su intención no era la de desterrar al olvido el resto de lenguas, sino construir un idioma nuevo a partir de las bases de estas, de tal forma que su estudio fuera sencillo y asequible para cualquier persona del planeta.
A pesar de haberse fijado este objetivo desde muy joven, las presiones de su entorno más cercano llevaron a Zamenhof a estudiar medicina. No obstante, mientras se especializaba en oftalmología en Moscú, no abandonó su proyecto y en julio de 1886 publicó en Varsovia la primera gramática de un idioma ideado por él mismo. Esta primera edición se publicó en ruso, pero meses más tarde lo hizo en polaco, francés, alemán e inglés. Como tal, Zamenhof no denominó de ningún modo a este idioma, sino que fueron los editores los que, para diferenciar el modelo de Zamenhof de otras “lenguas internacionales”, lo bautizaron como “lengua internacional del Dr. Esperanto” en referencia a la manera de firmar del oftalmólogo, que podría traducirse al español como “aquel que tiene esperanza”.
Contra todo pronóstico, el esperanto tuvo una gran acogida en Europa, en donde se fundaron clubes y asociaciones para aprenderlo. Entre las claves de su éxito reside su sencillez: todo el idioma se rige por 16 normas básicas e invariables, a partir de las cuales se estructura el discurso. Además, el esperanto fue respaldado por importantes figuras de la época, como los escritores León Tolstói o Julio Verne, lo que aumentó todavía más su visibilidad en todo el viejo continente.
La contienda de 1914 puso fin a la expansión del idioma creado por Zamenhof. En un contexto de lucha internacional, no tenía cabida la existencia de un idioma compartido con el enemigo. El esperanto cayó de esta forma en el olvido, aunque durante el período de entreguerras volvió a vivir una época dorada, especialmente entre el movimiento obrero.
En la actualidad, el esperanto sigue siendo una lengua viva y adaptada al nuevo orden mundial. En su vocabulario se han incluido términos antaño impensables, como internet (interreto), smartphone (postelefono), robot (roboto) o inteligencia artificial (artefarita inteligento). Los nuevos hábitos de ocio, como el casino online que ofrecen diversos operadores alrededor del mundo o el streaming, presente a través de varias plataformas, también están presentes en el esperanto, así como diversas tendencias gastronómicas como el veganismo o vegetarianismo. Los términos, al igual que los originales por Zamenhof, presentan siempre una similitud con las lenguas indoeuropeas.
Además de esta evolución, algo que ocurre en todos los idiomas, el esperanto también ha alcanzado las nuevas tecnologías. Así, aplicaciones como Duolingo o AnkiDroid permiten su aprendizaje en soporte digital. De hecho, la primera contaba en abril de 2019 con más de 800.000 estudiantes en todo el mundo.
El esperanto, pues, sigue presente entre la sociedad actual, aunque hace años que perdió la batalla por convertirse en “lengua internacional”, título que hoy en día ostenta el omnipresente inglés. Lo hace, además, alejado de los ideales pacifistas que motivaron a Zamenhof a crearlo, quien, no obstante, fue nominado al Premio Nobel de la Paz en doce ocasiones por su labor.