Juan José Delpino fue un venezolano como pocos. Incorruptible, decente, culto y directo para decir las cosas. Fue un líder sindical inigualable que fue capaz de cantarle las verdades a muchos, entre ellos al presidente Rafael Caldera
La vida y el transcurrir de los días y las noches acumulando canas y viendo a la descendencia crecer nos lleva a veces a retroceder en el tiempo y recordar momentos gratos e importantes que sin duda marcan nuestra existencia y que hoy en día constituyen experiencias imborrables.
Yo en eso he sido un privilegiado. Esta profesión que llevó en la sangre me ha dado esa oportunidad y no la cambio por ninguna otra, aún me haya tenido que desenvolver en muchas otras áreas.
Y digo que he sido un privilegiado porque tengo un millón de historias que contar, crónicas de lo cotidiano que por la recomendaciones de algunos amigos he comenzado a escribir para relatarlas en un libro, que es lo único que me falta, porque he sembrado varios árboles, tengo muchos amigos y estoy orgulloso de mis hijas, de manera que el libro junto a otras crónicas de boxeo y una novela que preparo me harán “pagar el mandado”, como dice el querido Simón Díaz.
Una de esas experiencias imborrables de mi vida profesional y personal fue junto al siempre admirado y recordado líder sindical Juan José Delpino.
Una tarde estaba en el gimnasio del estadio nacional Brigido Iriarte en plena supervisión del entrenamiento del campeón Kiki Rojas cuando recibo una llamada urgente.
-¿Qué haces tú que no estás allá?, me preguntó acelerado mi hermano del alma Juan Carlos Delpino.
-¿Allá donde?, respondí sorprendido.
-Mi papá está juramentándose como presidente del Seguro Social y tú vas a ser el relacionista, el comunicador y su asistente…
-Nadie me dijo nada, le aclaré.
-Nadie te tiene que decir nada. Te tienes que irte a juramentar y punto.
Y así fue, sin embargo el tema de esta crónica no es precisamente como llegué al cargo, sino la experiencia maravillosa de compartir más de cuatro meses con un hombre excepcional, probo, culto, de conducta intachable. Un venezolano a carta cabal, de esos que escasean en tiempos de revolución.
La presidencia de Delpino al frente del Seguro Social la viví intensamente. Nadie mejor que yo. Fueron tiempos muy agitados. Compartí todos y cada uno de los detalles de su gestión. Viví el día a día de una institución corrompida y marcadamente ineficiente. Ese lugar no era para Delpino, pero él aceptó por su compromiso con el país bajo la convicción de que podía adecentar aquello dada su casta de líder obrero.
El IVSS era un ente sumamente complicado por su estructura. Era un caballo desbocado donde se mezclaban gestores de todo tipo y a cualquier hora. Difícil domar una bestia con esas características en medio de tanta rosca y negociados inescrupulosos.
Siempre consideré que Delpino no debió aceptar ese cargo. Y lo conversé con él varias veces.
“Lo acepté porque yo soy un hombre de retos y el propio presidente Caldera me lo ofreció”, me comentó un día en medio de uno de los cotidianos almuerzos con comida casera en su despacho.
Pero una cosa es la actitud y otra la realidad. El IVSS es poco más que un albañal y un hombre con esas características sin duda, era un estorbo para semejante cañería.
Otro día, en medio de una larga conversa me dijo. “Prepárate, no es mucho lo que vamos a durar aquí. Esto está podrido por todos lados. Esto apesta”.
A pesar de su enorme esfuerzo, su gestión –y lo digo sin pepitas en la lengua– fue boicoteada por el sector privado y por muchos factores externos que articulaban subrepticiamente para sus negociados.
Delpino logró acercarse a los adultos mayores y conocer de viva voz sus quejas, trató de adecentar al instituto, pero eso era, como decía “una tarea ciclópea”.
Era un hombre tolerante, pero siempre fue contundente en la toma de decisiones. Fui testigo de ello cuando le tocó despedir a varios directores que se salieron del carril. En medio de tantos conflictos solía comentar: “Aquí hay que tener piel de foca para que resbalen los problemas”.
Una mañana, en medio de tanta turbulencia me llama y me dice:
-Lo lamento por ti. Sé que necesitas tu trabajo, pero de aquí tenemos que irnos. Nos vamos a manchar de mugre. Tú eres joven, puede conseguir otra cosa.
Me encogí de hombros y le dije. “Lo que usted diga. Ud. me trajo y con Ud. me voy”.
Una palmada en el hombro y me ordena llamar por el interministerial al Presidente Caldera.
-Juan José como estás. Cuéntame en qué podemos servirte”, dice el ministro de la secretaria, Asdrúbal Aguiar que toma el teléfono de Miraflores.
-No, no es el señor Delpino, es su asistente”, respondí.
-Póngame al presidente para saludarlo, replicó el ministro.
Me di la vuelta y le comento.
Su respuesta fue dura y curvera:
-Yo quiero hablar con el presidente. No con ministros…
El propio Aguiar me ahorró la explicación.
-No se preocupe licenciado, entiendo… Cuando el Presidente Caldera esté disponible, lo llamamos.
Y así fue, al rato el propio Caldera llamó e inmediatamente se lo pasé a Delpino.
-Presidente, le pongo este cargo a la orden. Esto es un albañal. Aquí usted no puede tener a un hombre decente. Aquí necesita un ladrón…Y yo no reúno esas características”, dijo en tono airado pero con la decencia que la caracterizó siempre.
Caldera le pidió que reconsiderara su decisión y lo invito en la tarde a Miraflores.
-Voy a ir, pero mi decisión es irrevocable, respondió.
En Palacio me tocó el histórico momento de acompañarlo. Nos reunimos en el despacho presidencial y sin mediar palabras soltó su misil verbal.
“Aquí está mi renuncia. En verdad lo lamento… a mi me expulsaron de Acción Democrática por apoyar su candidatura, pero no puedo acompañarlo en esto. Siga adelante, que yo me voy para mi casa, con mi mujer y mis hijos. Eso si es vida”.
Al presidente Caldera no le quedó más opción que aceptarle su renuncia.
Antes de salir del despacho, Delpino se voltea y con esa actitud directa que le era usual concluyó el diálogo con esta perla.
“Como le dije esta mañana, ese no es cargo para un hombre decente, ahí lo que hace falta es un ladrón”.
Hoy, en medio de tantos valores distorsionados, frente a la ausencia de hombres probos y éticos, la ausencia de Juan José Delpino es notoria, no solo para la función público, sino también para el movimiento obrero que cada vez está más disperso.
Sin duda, un venezolano de excepción.
…Son crónicas de lo cotidiano
La Página de Jairo Cuba
Jairo Cuba