Corregir y prevenir son los verbos más importantes de la seguridad. Si bien, sobre la prevención se trabaja continuamente, es muy poco lo que hacemos para enmendar o ajustar luego de una equivocación. No corregir o hacerlo tardíamente, resulta en una de las vulnerabilidades más significativas en la gestión de riesgos. Más aún cuando en la seguridad los errores significan daños a la reputación, pérdidas de activos o peor aún pérdidas de vidas humanas.
Para la seguridad, corregir tiene un poderoso doble efecto, cerrar una brecha para no volver a caer en ella y al mismo tiempo capitalizar el fracaso para aprender de la experiencia y optimizar los procesos. Pero existe además un efecto superior y es que cuando se corrige a tiempo, también se ejerce la prevención y se cierra el círculo vicioso de la realimentación positiva. Es la experiencia convertida en aprendizaje, o mejor dicho la resiliencia.
Por lo general corregir se asocia con castigar, dándole de entrada una condición negativa a la acción de rectificar. Es evidente que ninguna corrección o cambio es agradable y usualmente no nos gustar recibirla, pero la seguridad depende de corregir oportunamente.
El ciudadano de a pie sufre hoy como nunca el costo de la ausencia de acciones correctivas sobre las faltas. Es común escuchar de los directivos de seguridad como empleados capturados en flagrancia durante un acto delictivo, no pueden ser despedidos porque las autoridades laborales subestiman las denuncias y obligan a mantenerlos en nómina retando abiertamente los códigos de conducta y los valores rectores de las organizaciones.
Una sociedad que no corrige estará huérfana de disciplina y conducción, convirtiéndose en víctima de sus propios errores y perdiendo la capacidad y los beneficios de la resiliencia que brinda la capitalización de los fracasos.
@adogel
Adolfo M. Gelder