El delantero completa un partido inolvidable con tres goles que dejan al abrumado equipo de Koeman a un paso del adiós (1-4).
El Barcelona de Roma. El de Liverpol. El de Lisboa. Y ahora también el que se enfrentó al PSG de Kylian Mbappé. «Cuanto más infame es la vida, más se aferra el hombre». La sentencia de Balzac continúa marcando el devenir de un club destrozado por sus anteriores gestores, aún sin presidente, y con un equipo condenado a malvivir en Europa. Un escenario en el que nadie puede esconder sus vergüenzas.
Mbappé, en su primera visita al Camp Nou, demostró que él solo podía bastarse para arrasar a los azulgrana. Que no le iba a hacer falta la ayuda de Neymar para dejar al Barça al borde de la eliminación. Que nada le intimidaría la espectral presencia de Leo Messi. Mbappé marcó tres goles, despedazó cuantas veces quiso a su rival, y firmó una de aquellas obras maestras que marcan por siempre.
La fanfarria de la Champions acostumbra a provocar decisiones al límite de la cordura. Incluso temerarias. Llevaba Gerard Piqué casi tres meses sin jugar un partido y aquella rodilla derecha hecha unos zorros no debía de estar lista hasta marzo. Al menos eso creían los médicos. Pero a Piqué nunca le gustó la imposición de regla alguna. Se implicó en la recuperación y promocionó su regreso. No para hacer bulto en el vestuario, sino para liderar el sospechoso entramado defensivo del equipo frente a uno de los mejores atacantes del planeta: Mbappé.
BAILANDO EN EL ÁREA
Pero ni siquiera el ímpetu de Piqué por sostener al imberbe tótem francés podía ser suficiente. A Mbappé no le iba a hacer falta la escolta de los lesionados Neymar y Di María para abrir en canal al Barcelona. Creyó Koeman que una buena solución sería echar mano en el lateral derecho de Sergiño Dest, tan veloz como inocente. Así que Mbappé no tuvo más que alejarse de la cal para desconcertar a Dest, para intimidar tanto a Piqué como a Lenglet, y permitir así que Verratti pensara y que Kurzawa tomara cuantas veces quisiera la orilla. Era evidente que Dembélé no iba a perseguir a su par.
Así nació precisamente el primer gol de Mbappé. Verratti, un genio incomprendido, un futbolista excelso pero al que siempre penalizó el malditismo europeo de su equipo, despedazó la defensa del Barcelona haciendo llegar el balón a Mbappé con una simple caricia al balón. Y el delantero de Bondy, héroe barrial, no tuvo más que ponerse a bailar en el área. Tumbó a Lenglet. Perfiló un cuerpo que no sólo es de velocista, también es de artista, y sacó un martillo que tenía guardado en su bota izquierda. Ter Stegen quedó petrificado.
La ventaja inicial le había durado al Barcelona sólo cuatro minutos. No sorprendió. El PSG se había mostrado muy superior desde el mismo amanecer, por mucho que los azulgrana lograran avanzarse en el marcador en una acción del todo episódica. Messi, con aquel gesto inquietante de frustración que le acompañó en otras noches continentales, encontró un momento de lucidez en una asistencia larga a De Jong. El centrocampista, que había ganado la carrera a Kurzawa, acabó por los suelos en el área.
El árbitro holandés Björn Kuipers señaló raudo el penalti pese a que en una primera impresión dio la sensación de que De Jong había tropezado solo. El VAR, sin embargo, acabó resolviendo en contra del PSG. Un contacto de la rodilla del lateral con la pierna de De Jong aclaró por fin el penalti. La justicia en el fútbol se imparte ahora a golpe de frame. Messi no vaciló desde los 11 metros.
Pero frente al Barcelona volvieron a desfilar todos aquellos monstruos que han venido acompañándole durante el último lustro. ¿Recuerdan aquella acción en la ida de las semifinales de la temporada 2018-19 frente al Liverpool? Dembélé tuvo entonces un 4-0 en sus botas que, quién sabe, quizá hubiera evitado la posterior debacle en Anfield. La historia volvió a repetirse en el Camp Nou.
TER STEGEN, ÚNICO SOSTÉN
Justo después de que Messi abriera el partido, Dembélé se encontró solo frente a Keylor Navas. Kurzawa estaba por los suelos y el delantero no tenía más que decidir cómo marcar y celebrar el 2-0. Pero todas las dudas del mundo encontraron refugio en el pie de Dembélé. Disparó tan flojo, tan centrado, que uno no pudo más que preguntarse por qué en su día hubo quien prefirió su contratación a la de Mbappé. Una elección de aquellas que cambian la historia.
El Barcelona, sin control, sin pelota, sin referente a quien fiar una rebelión imposible, se desplomó. Ter Stegen sostuvo a los suyos cuanto pudo hasta que Mbappé completó su faena en el segundo acto. Otro gol nacido desde la banda, esta vez por la de Florenzi, y un último golpeo parabólico aliñaron otro tanto más de Kean, a quien nadie marcó en una falta lateral. Ni siquiera Griezmann, cada vez más consumido, supo cómo aprovechar un desliz de Navas para dar algo de vida a la vuelta de París.