Uno de los proyectos que más marcó mi vida de estudiante de primaria fue esa vez donde la maestra nos encomendó a los estudiantes elaborar un semillero.
El tiempo máximo para presentarlo era de dos semanas. Yo no sabía (era muy pequeño) para qué servía eso ni cuáles eran sus funciones, sin embargo, tenía en casa a una mujer sabia con décadas de conocimientos de agricultura aprendidos de manera empírica: mi abuela. Ella, quien había vivido toda su vida en el campo, fue la que me orientó en cada uno de los pasos que debía realizar para elaborar el semillero de manera correcta.
Lo primero que me dijo fue que buscara cartones de huevo y los colocara en forma de bandeja. Me indicó también que preparara con tierra negra y palitos podridos el sustrato que se iba a utilizar para rellenar los compartimentos (hoyos) donde vienen los huevos. El siguiente paso fue colocar la tierra en los compartimentos y regarla suavemente para que no salpicara. La bandeja debía permanecer en la sombra para que la humedad y la temperatura se mantuvieran.
A continuación, usé un palito de fósforo para hacer el agujero (de 4 cm), donde coloqué las semillas de tomate y regué nuevamente. Ya a los ocho días tenía las plantas germinadas y una nota de 20 puntos. No fue difícil gracias a mi abuela.