Tomando en consideración que estamos en la Semana Mayor, les quiero compartir un artículo el cual llevo meses, quizás un año escribiendo y dándole forma ya que el hablar de religión nunca es fácil y enfocar desde el punto de vista de la seguridad mucho menos, me atrevo entonces a ahondar en estos temas pidiendo disculpas de antemano si algún lector se siente ofendido.
Para nuestra civilización judeo-cristiana Dios vive para proveernos en las necesidades más básicas e imperantes, entre ellas, la seguridad y la tranquilidad de un mejor futuro y a la vez, como sostén resistente ante las adversidades de nuestro día a día. Dios se convierte en garantía de verdad y certeza que nos da seguridad para vivir en un mundo lleno de amenazas.
No me refiero a los fanáticos que en nombre de Dios destruyen y aterrorizan a países y pueblos enteros, inmolándose porque les espera el Edén de la felicidad eterna.
Se trata más bien del Dios cotidiano, ante quién nos sentimos responsables, obedientes de las leyes y buenos. De hecho, la convivencia y el respeto son las bases de los Mandamientos entregados por Él al pueblo judío para vivir en paz y libertad a su salida de Egipto.
Los Diez Mandamientos se centran precisamente en el respeto a la autoridad y al don sagrado de la vida, así como al establecimiento de control y límites obligatorios, dada la fragilidad en la voluntad del ser humano. Las leyes mosaicas son el pacto necesario que nos asocia como individuos y que nos hace trascender de un mero acuerdo entre los hombres, pues se ancla en las máximas reglas de Dios.
Es así, porque Dios se nos presenta como paradigma de la perfección y Padre omnipresente en la vida humana, y si bien, pudiera entenderse como un “gran policía” al que tememos porque nos vigila hasta en la más profunda intimidad de nuestros pensamientos, nos brinda la confianza de asumir sus leyes como nuestras para obedecerlas y diseminarlas en una fórmula de supervivencia y protección.
Para la religión de Jesús, sin embargo, el hombre en su imperfección es naturalmente bueno porque es imagen y semejanza del Padre y, por tanto, por convicción propia y sin coacción divina respetará a su prójimo facilitando la convivencia y el entendimiento.
Ya sea por temor o por convicción, Dios en el proceso civilizatorio es determinante en la siembra y desarrollo de valores para la vida y su influencia sigue estando presente hasta en naciones, cuyos modelos de gobierno se desvinculan abiertamente de la religión.
Puede resultar complicado apelar a Dios para construir seguridad. Pudiéramos vernos tentados a suponer que si no creemos en Él viviremos desamparados y abandonados a los vaivenes de las amenazas. En este sentido, mi entendimiento es limitado, sólo puedo pensar que los hombres en nuestra génesis llevamos a Dios, aunque dudemos de su existencia, por lo que venimos en esencia codificados para proteger lo que queremos o a lo que pertenecemos, de no ser así, abandonaremos a nuestros hijos al nacer o a nuestros padres al hacerse ancianos y seniles.
Prácticamente a diario me toca afrontar durísimas realidades de la muy terrena y hasta inhumana inseguridad. En esos momentos me da mucha tranquilidad saber que Dios me acompaña en la construcción de certeza y tranquilidad.
@adogel
Adolfo M. Gelder