Dip. Omar Ávila
Quiero dedicar mi artículo de esta semana a las madres venezolanas, especialmente a mi abuela y mi madre QEPD quienes construyeron, marcaron y formaron lo que soy hoy en día.
Debo confesar que diera lo que fuera por tenerlas este y todos los días que me queden de vida. Ese par de ángeles que sé me continúan guiando en cada uno de mis pasos. Para ellas mi amor incondicional y eterno. Siempre las llevaré en mi mente y mi corazón.
Mi abuela Hilda fue una mujer, madre y abuela con temple, carácter; bondad y cariño que dio hasta el final, una señora muy arraigada a las tradiciones, valores, buenas costumbres y principios. Amante de su hogar y la familia. Siempre dispuesta a brindar una mano a cualquiera de los suyos.
Mi mamá Xiomara por su parte; buena madre, cariñosa y estricta, siempre alerta para que nosotros (sus hijos) fuéramos lo mejor, inculcándonos valores y educación. Una mujer proveedora, abnegada, y clara para criar y dejar en este mundo a dos buenas personas. Como abuela; consentidora, reflexiva, cariñosa, tierna, amante de sus nietos y dispuesta a defenderlos de ser necesario como una leona. Una mujer fuerte, valiente, aguerrida, resiliente, incansable, luchadora, indetenible, trabajadora, prendida a la vida, -como la mayoría de las madres venezolanas-. Una extraordinaria mujer que luchó por su vida todo cuanto pudo, porque su misión era ser madre, hermana y abuela el mayor tiempo posible. Como bien lo describen quienes la conocieron: «una de las personas más admirables que hayan conocido en sus vidas».
He estado pensando mucho en el mensaje a transmitir con motivo del día de la madre, en cómo explicar la importancia de una madre, cómo plasmar un sentimiento tan inmenso, como elogiar al ser que nos dio la vida, cómo agradecerle a todas esas mujeres maravillosas sus trasnochos, el habernos enseñado a hablar, a caminar, a vestirnos, a bañarnos y hasta cepillarnos.
Cómo decirles que cuando nos enfermamos la mejor medicina son sus caricias, cómo recordarle que el primer día de clases le apretamos la mano porque no queríamos que nos dejara, cómo pedirle disculpas por los momentos de rebeldía. Lo que si tengo claro es que no tenerlas ya conmigo es mi mayor pesadilla, sin embargo la mujer que tenemos al lado: allí también está una madre.
Por todo lo antes expuesto, es que a los que todavía tienen la dicha de tenerla les quiero decir que la cuiden, la abracen, la mimen, la quieran, la respeten, la atiendan y que todos los días le digan cuanto la aman.
Para finalizar, y luego de mucho pensar me doy cuenta que aunque escribamos seguido durante todas las horas de nuestra vida; nunca será suficiente para agradecer, alabar, elogiar y honrar a ese hermoso ser que nos dio la vida.
Omar A. Ávila H.
Diputado a la Asamblea Nacional
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