En los remotos valles cubiertos de pinos de la provincia afgana de Kunar y en los foros yihadistas en Internet hay júbilo por lo que los partidarios de al-Qaeda ven como «una victoria histórica» de los talibanes.
La humillante partida de las mismas fuerzas que expulsaron temporalmente tanto a los talibanes como a al-Qaeda hace 20 años ha supuesto un enorme impulso moral para los yihadistas antioccidentales de todo el mundo.
Los posibles escondites para ellos que ahora se abren en los espacios no gobernados del país son un premio tentador.
Especialmente para los militantes del grupo Estado Islámico (EI) que buscan encontrar una nueva base después de la derrota de su autoproclamado califato en Irak y Siria.
Generales y políticos occidentales advierten que el regreso de al-Qaeda a Afganistán, reforzado, es «inevitable».
Este martes, los talibanes, que quieren ofrecer una imagen más moderada e internacional, dijeron que no van a permitir que Afganistán sea usado como santuario del terrorismo.
El primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, advirtió que las naciones occidentales deben unirse para evitar que Afganistán vuelva a convertirse en un refugio para grupos terroristas internacionales.
Y el lunes, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, pidió al Consejo de Seguridad de la ONU que «utilice todas las herramientas a su disposición para reprimir la amenaza terrorista global en Afganistán».
Pero, ¿el retorno de los talibanes se traduce automáticamente en un regreso de las bases de al-Qaeda y una plataforma para ataques terroristas transnacionales contra países occidentales?
No necesariamente.
La última vez que los talibanes gobernaron todo el país, de 1996 a 2001, Afganistán era prácticamente un estado paria.
Solo tres países, Arabia Saudita, Pakistán y los Emiratos Árabes Unidos, reconocieron su legitimidad.
Además de brutalizar a su propia población, los talibanes proporcionaron un santuario seguro para la organización al-Qaeda de Osama Bin Laden, que orquestó los ataques del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos que mataron a casi 3.000 personas.
Se estima que 20.000 reclutas de todo el mundo pasaron por los campos de entrenamiento de al-Qaeda, aprendieron habilidades letales y crearon lo que se conoció como «una universidad del terrorismo» expandiendo el terror a medida que volvían a sus países.
Hoy en día los talibanes todavía se ven a sí mismos como los gobernantes legítimos, aunque no elegidos, del «Emirato Islámico de Afganistán» y tratarán de buscar cierto grado de reconocimiento internacional.
Ya parecen ansiosos por proyectar la idea de que han vuelto para restaurar el orden, la calma y la autoridad, después de la corrupción, las luchas internas y el despilfarro que ha caracterizado a gran parte del gobierno durante los últimos 20 años.
Durante las conversaciones de paz que tuvieron lugar en Doha, se dejó claro a los negociadores del Talibán que este deseado reconocimiento solo podría llegar si se desvinculaban por completo de al-Qaeda.
Ya lo hemos hecho, dijeron los talibanes.
Pero en realidad no es así.
Un informe reciente de la ONU señaló losestrechos vínculos tribales y matrimoniales entre los dos grupos.
Durante la reciente y dramática toma de control de todo Afganistán por parte de los talibanes, se han informado numerosos avistamientos de «extranjeros» en sus filas, es decir, combatientes no afganos.
También está claro que existe una desconexión entre las palabras más moderadas y pragmáticas pronunciadas por los representantes de los talibanes -los negociadores y los portavoces por un lado- y algunos de los bárbaros actos de venganza que tienen lugar sobre el terreno.
El 12 de agosto, mientras los talibanes aún avanzaban hacia la capital, el encargado de negocios de los Estados Unidos en Kabul tuiteó: «Las declaraciones de los talibanes en Doha no se parecen a sus acciones en Badakhshan, Ghazni, Helmand y Kandahar. Los intentos de monopolizar el poder mediante la violencia, el miedo y la guerra sólo conducirán al aislamiento internacional».
El enfoque de los talibanes es gobernar Afganistán de acuerdo con su estricta interpretación de la Sharia, la ley islámica, y no más allá de sus fronteras.
Pero otros yihadistas de al-Qaeda y Estado Islámico pueden tenerambiciones que van más allá de esas fronteras.
Es muy posible que, aunque el nuevo gobierno talibán quiera restringirlos, haya zonas del país donde sus actividades podrían pasar desapercibidas.
Sajjan Gohel, de la Fundación Asia Pacífico, dice que es probable que los entre 200 y 500 miembros de al-Qaeda que se cree que están en Kunar aumenten.
«La captura de la provincia de Kunar por los talibanes tiene un valor estratégico enorme, ya que tiene uno de los terrenos más desafiantes con valles densamente boscosos. Al-Qaeda ya tiene una presencia allí que tratará de expandir».
Si eso sucede, entonces claramente será mucho más difícil para Occidente contenerlo.
Durante los últimos 20 años, frenar a al-Qaeda se ha basado en gran medida en el NDS, el servicio de inteligencia afgano, que tiene una red de informantes combinada con equipos de reacción rápida de las Fuerzas Especiales afganas, estadounidenses y británicas.
Todo eso ya ha desaparecido, lo que convierte a Afganistán en un «objetivo difícil» en términos de inteligencia.
Si se identifican y ubican los campos de entrenamiento terrorista, entonces las opciones para Washington podrían reducirse a ataques distantes con aviones no tripulados o ataques con misiles de crucero, como los que Osama bin Laden logró esquivar en 1998.
Mucho, dice Gohel, dependerá de si las autoridades paquistaníes disuaden o permiten el viaje de combatientes extranjeros a través de su territorio hacia Afganistán.