Tucho Caldera, conocido como El Carnicero de San Felipe en Chile, eliminó brutalmente a su amigo en 1947 para apoderarse de su abultada fortuna
Edda Pujadas, @epujadas.- Uno de los criminales más despiadados y temibles que ha conocido la historia de Chile es, sin lugar a dudas, El Tucho Caldera. Su verdadero nombre era Alberto Caldera García.
Desde niño se hizo conocido como matón y ya de mayor, utilizaba la violencia para intimidar a los opositores políticos en tiempo de elecciones. Se le conocía también por su extraordinario sadismo con los animales, pues le gustaba arrojar perros al fuego para que se quemaran vivos y mantenía un ejército de perros en su casa a los cuales arrojaba gatos vivos para deleitarse viendo cómo los devoraban.
Dichos perros engulleron también a una sirvienta de El Tucho Caldera, en lo que fue calificado como un “extraño accidente”, después de que dicha mujer le hubiese desobedecido una orden. Otras personas alrededor del sujeto fallecieron o desaparecieron también en paticulares circunstancias, pero sólo pudieron probársele dos homicidios.
SUPERANDOSE A SI MISMO
Si hubiese sido sólo por lo hasta ahora narrado, hubiese quedado todo como una serie de anormalidades, pero El Tucho Caldera se superó a sí mismo cuando trampeó y luego asesinó a Demetrio Amar Abedrapo, un empresario palestino radicado en Chile, a quien no dudó en engañar, valiéndose de una falsa amistad.
Corría el año 1947 y viendo que Demetrio Amar no sabía ni leer ni escribir en castellano, lo convenció de que firmara un documento notarial en el que supuestamente le vendía unas tierras. El documento en realidad era un poder amplio de administración de todos los bienes de Demetrio Amar El Tucho Caldera, además de un poder para contraer matrimonio con la hijastra de éste.
Cuando Amar descubrió el engañó del que había sido víctima, su emporio de telas que estaba ubicado en la calle Prat N° 226, a metros de la Plaza de Armas, no abría sus puertas al público, pues él tenía un grave problema que resolver. Esto ocurrió el 10 de mayo de 1947, fecha en la que empezó un cuento de horror.
Ese día el empresario palestino supo que se había casado con María Rosa Caldera de 24 años, quien era hija adoptiva de El Tucho Caldera, pero también se enteró de que este último se había apropiado de su patrimonio, lo que no sabía era cómo había sucedido esto.
Resulta que El Tucho Caldera lo entusiasmó a comprar unos terrenos en el sector de Barrancas, en Putaendo. Para ello se valió de la complicidad del notario público, Rafael González Prats, quien dio validez legal a dos documentos que resultarían clave para su macabro propósito, pues eran, lógicamente, un poder que le entregaba la potestad administrativa de todos sus bienes y otro en el que aceptaba el matrimonio con su hijastra, realizado un mes antes en el Registro Civil de San Felipe, en ausencia del árabe.
Molesto, cerca de la medianoche del 10 de mayo de 1947, Amar se dirigió hasta la casa de Caldera, en la calle O’Higgins, para aclarar el asunto. Pero el destino quiso que lo encontrara en la Plaza de Armas, donde se enfrascó en una discusión que terminó en la casa del empresario, cuando El Tucho Caldera le asestó un golpe mortal en la cabeza.
El Tucho tenía experiencia como carnicero y usó esta habilidad para descuartizar, a golpe de hacha, sierra y serrucho, el cadáver en 19 piezas (la cabeza, 6 piezas para el tronco y tres por cada extremidad en las articulaciones). Un mes más tarde, tras ser detenido, relató con frialdad al Ministro de la Corte de Apelaciones de Valparaíso, Marco Antonio Vargas, que dos días después de esa macabra noche trasladó las partes del cuerpo hasta su domicilio, ocultas en cajas de sombrero.
Al día siguiente, El Tucho Caldera ordenó a su sirviente, Aníbal Chaparro, que llevara las cajas hasta la quinta que éste poseía en el sector de El Almendral. Allí cavaron dos hoyos de 2,5 metros de profundidad, donde finalmente las enterraron, mientras que las vísceras fueron lanzadas en una alcantarilla.
Montado en su caballo y guiado por un choncho bajo una oscura noche en el Valle del Aconcagua, el propio Tucho Caldera trasladó el cráneo destrozado de Amar envuelto en un saco. “Llevo la cabeza de un finado”, respondió arrogante a la pregunta de unos lugareños esa madrugada.
Curiosamente, su abogado defensor tenía una tía, que era hacendada y que había sufrido las bellaquerías de El Tucho Caldera años atrás, pues le había robado ganado, siendo descubierto y sentenciado a diez años de prisión. De esta condenada, El Tucho Caldera sólo cumplió siete años en la cárcel de San Felipe, en los que fue recordado por su mala conducta carcelaria, promoviendo incansablemente motines contra los guardias y custodios.
En la época aún existía en Chile la pena de muerte y El Tucho Caldera fue condenado a ella. Su sentencia fue cumplida en 1951, cuando lo llevaron al paredón de fusilamiento. De manera desafiante y con el carácter que le había acompañado toda la vida, gritó la siguiente bravuconada: “¡Aquí verán morir a un valiente!”.
Sin embargo, ya en los últimos minutos de respiro, evidenció su cobardía, pues el último acto en vida de El Tucho Caldera, fue defecar en sus propios pantalones.
Pillo, sádico, avaro, matón y busca pleitos. Así era Alberto Hipómenes Caldera García, conocido en la historia policial chilena como “El Tucho Caldera”. El tristemente célebre carnicero de San Felipe selló su carrera criminal con el salvaje homicidio y descuartizamiento del empresario árabe Demetrio Amar Abedrapo para apoderarse de su fortuna de 17 millones de pesos.
FOTOLEYENDA 03: Descuartizó un cadáver en 19 piezas.