Finaliza este año confuso y muy movido bajo el signo de la incertidumbre. Al momento en el que se publique esta entrega estaremos a poco más de diez días para que comience el nuevo período presidencial, y la verdad sea dicha, no sabemos si Chávez asumirá o no asumirá en la fecha prevista, el 10 de enero, si estará en nuestro país o no para ese día, o siquiera si es verdad que se está “consolidando su salud”, como dice Maduro, lo que sea que eso signifique, o si por el contrario ese tema va de mal en peor. Del propio presidente, nada se sabe, y toda la información que se tiene sobre lo que hace o deja de hacer es referencial, y a veces, hasta contradictoria.
El presidente, aunque no formalmente sí está, de facto, ausente. No sólo no está en Venezuela, como sería su deber, sino además hasta ha perdido esa mala manía que tenía de gobernarnos desde Twitter o a través de cadenas pregrabadas. Lo último que supimos de él, al menos para el momento en el que escribo estas líneas, es que desde el 9 de diciembre había librado un decreto en el cual le delegaba a Nicolás Maduro muchas de sus funciones, con lo que, de hecho, tenemos que el Vicepresidente es quien en verdad está gobernando en Venezuela. Esa verdad es incuestionable.
En cualquier otro país del mundo una situación como esta ya habría activado todas las alarmas ciudadanas, no sólo en las filas de la oposición, sino también en las del propio oficialismo. La realidad, ante la ausencia de un parte médico serio que nos diga la verdad sobre el estado de salud de Chávez, es que al día de hoy no sabemos si tenemos presidente o no, si será necesario que Diosdado Cabello o Nicolás Maduro asuman la presidencia, según el momento en el que eventualmente se declare la falta absoluta, o si tendremos que afrontar otro proceso electoral en el corto plazo. “Correr la arruga” ha sido la estrategia oficial, soltando deliberadamente informaciones contradictorias sobre el estado del paciente y asomando cualquier cantidad de “posibilidades” y de “alternativas”, que rayan en lo surrealista, sobre el momento y el lugar en los que Chávez podría, si es que al final puede, asumir su nuevo mandato.
El balance entonces sólo nos deja, valga el juego de palabras, un saldo rojo, en rojo, en el que las deudas políticas oficialistas se siguen incrementando día a día sin límite que las contenga. Ya no caminan de paso en paso sino de traspié en traspié, de tropezón en tropezón, sin tomar en cuenta que lo que llevan sobre los hombros no son sus propias alforjas, sino las del destino de cerca de treinta millones de personas. La palabra que se me viene a la mente sobre todo esto que ha ocurrido y que ocurre desde que Chávez anunció que tenía cáncer, es “irresponsabilidad”. Una persona cualquiera, especialmente si ocupa un cargo que apareja las responsabilidades que vienen con la presidencia de un país, cuando descubre que tiene una enfermedad como el cáncer lo primero que debe hacer, incluso por respeto a sí mismo, a sus familiares y a los ciudadanos que de ella dependen, es separarse de dicho cargo para afrontar su enfermedad con seriedad. No es juego, y en este tema, martirizarse y victimizarse, no es un acto de coraje, no es un “sacrificio valeroso por el pueblo”, sino que es una supina estupidez, que se ha demostrado como tal en el hecho de que la enfermedad, que no comprende las retóricas populistas y nada tiene que ver con obtusas megalomanías, recrudeció y pasó las facturas del caso.
Pero además la cosa luego siguió. Ganó Chávez la presidencia, engañando a muchos además, especialmente a quienes le siguen, sobre sus verdaderas posibilidades de continuar en el mandato, sólo para hace cerca de un mes reconocer (porque no le quedó otra, no por particular honestidad) que existía la posibilidad de que no pudiera en el futuro próximo seguir siendo nuestro presidente, ungir a Maduro como su sucesor y enviar a sus seguidores un mensaje desesperado: Unidad (entre las alas civil y militar de su proyecto), porque él sabe que la imagen que le está devolviendo el espejo, en esta hora para él terrible e incierta, es la del Saturno que devoró a sus hijos, de Goya, y que sin él su revolución se limita a ser un manojo de subalternos sin liderazgo, y con inmensos rabos de paja, que no harán más que repartirse el mucho o poco botín que quede después del fin.
Ahora las cosas entonces están como están. Aún siendo abogado, no me pierdo ahora en consideraciones legales y constitucionales sobre qué es lo que debería hacerse en casos como este, porque ya otros lo han explicado mucho mejor de lo que yo lo haría y porque no me cabe la menor duda de que los juristas del horror patrios, desde las ahora oscuras salas de nuestro Tribunal Supremo de Injusticia, ya deben tener lista alguna “interpretación” pret-á-porter e “iluminada” de nuestra Carta Magna que le permita a Chávez tomar posesión de su cargo incluso, de ser necesario, desde el más allá y como sea; pero es indispensable que nosotros, los ciudadanos, sin distinciones políticas, meditemos sobre el nivel al que nos ha hecho bajar este anhelo irrefrenable de mantenerse en el poder de unos pocos, a costa de lo que sea, incluso de la propia vida del líder, si es menester.
No es el país de la incertidumbre y el de las verdades a medias el que yo quiero para nuestros hijos, e imagino que no estoy sólo en este anhelo de que las cosas cambien, y para mejor. Quitémonos por un momento los velos que nuestras preferencias políticas tienden entre nosotros y la realidad y comprendamos que no se puede ser capitán de este barco si se ha demostrado ser tan gravemente irresponsable y egoísta. La nación va al garete, dando tumbos de acá para allá y sin puerto seguro al cual llegar. Miremos la economía, la inseguridad, el desempleo, la polarización política, la crisis habitacional y démonos cuenta de ello. Eso debe preocuparnos a todos. Ni siquiera mandatarios cercanos ideológicamente a Chávez, en momentos en los que padecieron predicamentos similares, se comportaron de esta obtusa manera, pues sabían muy bien que la historia no perdona las mentiras y que la verdad, por mucho que se la tape, siempre se asoma.
Hago entonces mi propósito de año nuevo: Quiero saber la verdad sobre las posibilidades reales de Chávez para continuar como presidente, quiero saber cuál será nuestro destino inmediato y quiero saber qué caminos nos tocará recorrer, en lo político, de ahora en adelante. Me asiste el derecho ciudadano a exigir de nuestros gobernantes sinceridad, y de ser necesario, desprendimiento. Quiero, es más, exijo que nos digan la verdad para salir de la incertidumbre, pues como bien lo dice Vargas Llosa: “La incertidumbre es una margarita cuyos pétalos no se terminan jamás de deshojar”.
CONTRAVOZ
Gonzalo Himiob Santomé