El argentino Lionel Messi se dedica a jugar, rompe récords y se resiste a la competencia
Mucho se habló del récord de Lionel Messi en el presente año. Y en estos días -fin de año, momento de balances y de escasez de noticias- todavía más.
Los 91 goles del rosarino son una cantidad descomunal, que, sin embargo, el propio futbolista parece tomar con naturalidad, como una circunstancia del juego.
Valen más los títulos del equipo que su obra individual. Eso dice y suena sincero. Hecho a la costumbre, no sobreestima las hazañas.
De todos modos, un inesperado competidor ha llegado a disputarle la marca al jugador del Barcelona. Un tal Chitalu, de Zambia, metió 107 goles en un año, jura el presidente de la federación de fútbol de aquel país, Mr. Kalusha Bwalya, a quien entrevistó una radio catalana.
No serán los mil goles de Pelé, obra del ilusionismo estadístico y de la megalomanía del brasileño, que no vacila en contar las veces que la embocó en el patio de la escuela, pero la cifra de Chitalu tampoco es comparable con la de Lionel.
Y así lo entiende el propio Bwalya, que proclama la exactitud de los 107 goles, conseguidos en 1972, pero reconoce que tal producción no ha tenido convalidación de la FIFA y que entre aquella liga de Zambia y estos torneos europeos no existen paralelos.
Además, como si hubiera incurrido en una ofensa, se deshizo en elogios a Messi y señaló que su lugar en lo más alto del fútbol no admite debate, etcétera, etcétera. Lo de siempre.
El caso Chitalu es extremo, de acuerdo. Pero aún con colegas contemporáneos con los que comparte estrellato e idolatría, tampoco hay competencia. El reinado de Messi es unánime.
Lo acaban de ratificar las votaciones que se hacen en todo el mundo. El rosariono arrasa, incluso en Brasil, donde los futbolistas, por amplia mayoría, lo ungieron hombre del año.
Y muy cerca del 7 de enero, pocos opinan en contra de que se lleve su cuarto Balón de Oro consecutivo en la gran fiesta de la FIFA a realizarse en Zurich.
Si bien su rendimiento durante 2012 ha sido extraordinario, la falta de rivales no sólo tiene que ver con la excelencia de Messi. También es consecuencia de que, curiosamente para un atleta de su nivel, Messi no compite.
O lo hace en el campo de juego, donde muchas veces el duelo es consigo mismo. Por superar su performance anterior, por meter más goles. Sin que importe el rival que le colocaron enfrente, ni qué instancia del torneo (o de los entrenamientos) está en desarrollo. Incapaz de amoldar su conducta al entorno y el resultado (siempre es buen momento para hacer otro gol), tampoco fuera de la cancha espera que la medida de su trabajo la establezca un tercero.
“Que me vaya mejor que al otro no quiere decir que esté conforme con lo que estoy haciendo”. Algo así podría ser el lema capital de Messi. Seguridad, autismo positivo. Como quieran llamarlo.
Y no es que le falten rivales. La puja con Cristino Ronaldo, la mismísima antítesis del rosarino, pintaba para desafío de western. El humilde contra el fanfarrón, el bueno ante el malo, Barcelona frente al Real.
Pero no. La indiferencia de Lionel acabó con el cotillón antes de que empezara el festín que habían previsto los medios y que, con cierto desgano a esta altura, cada tanto reflotan. No sólo por talento Messi elimina a los rivales.