“Más allá de la participación familiar -ya de por sí inmoral y abominable por la complicidad de su esposa, su hija y una hijastra- el asesinato de Carlos Lanz despierta indignación por el ensañamiento innecesario y brutal, al más puro estilo de las moto sierras de los paramilitares colombianos. La violencia despiadada contra una persona indefensa, amordazada y con las manos atadas, es además un acto de cobardía, tan profundamente inhumano y salvaje, que desborda todos los límites de la racionalidad. Y lo dice una persona que podría albergar algún resentimiento personal contra Lanz”.
Es la opinión del periodista Raúl Pineda, a quien el CNP-Miranda condecoró con la Orden “Fermín Luque” por sus 50 años de ejercicio profesional, 20 de ellos en radio y TV y 30 en medios impresos, especialmente como comentarista e investigador internacional. En 2022 el CNP-Miranda le otorgó otro reconocimiento como “baluarte en la lucha por la libertad de expresión, la colegiación y la dignificación de nuestra profesión”. Ahora, al jubilarse para escribir parte de su propia historia, Pineda sostiene que “el caso Lanz va a adquirir “sorpresivas dimensiones”.
—¿Por qué lo afirma?
—Una persona que deja su cargo como directora del INCES y conserva su relación con 18 contratistas que manejaba durante su gestión, difícilmente puede permanecer aislada de la dinámica de la corrupción administrativa.
—¿Más implicados?
—Es uno de los aspectos, pero hay interrogantes sin respuesta. ¿Por qué una persona con dólares suficiente para pagarle a sicarios profesionales no los deja que hagan su trabajo e involucra en el crimen a sus familiares directos, que son inexpertos? ¿Quién es, y donde se encuentra, el “pran” que reclutó a los sicarios? ¿Qué necesidad tenía el propietario de una finca con más de 40 mil metros cuadrados de cobrar 3 mil dólares para coordinar el secuestro y además ofrecer su propiedad para destruir los restos de Lanz? Además, la Constitución garantiza el derecho a la defensa y la asistencia jurídica a todos los imputados, inclusive por parte del Estado. Es la primera vez que vemos asesinos confesos sin abogado defensor. ¿No es extraño?
—¿Conoció a Lanz?
—Es curioso. Nos conocimos en el barrio Lídice, en La Pastora, en los años 60, cuando Carlos y otro guerrillero de apellido Bellorín trataron de matarme. Bellorín me llamó “sapo” (“espía del Gobierno”) y me disparó a quemarropa en el abdomen. Yo pegué una carrera espectacular, pero a unos 70 metros un balazo de Carlos Lanz me alcanzó en la nalga derecha. Tenía muy buena puntería. El tercer disparo falló porque yo me lancé de cabeza en una vivienda que tenía la puerta abierta. Sus habitantes eran dos ancianos. Ambos cerraron la puerta y me contemplaban impotentes mientras me desangraba.
—¿Cómo hizo?
—Más o menos media hora después alguien tocó en la puerta y gritó: ¡abran que lo vamos a llevar al hospital! Conociendo cómo actúa la guerrilla urbana, yo tenía solo dos opciones: o moría desangrado o abría la puerta para que me remataran. Contra la voluntad de los dos viejitos, me decidí por lo segundo. Al salir un tipo me cargó en peso y me introdujo en la parte trasera del vehículo, junto a mi amiga Luisa Martínez, vecina del barrio que me acompañaba cuando me atacaron. Pensé que nos iban a lanzar en el primer barranco que encontraran, pero no fue así. Me llevaron al Hospital de Emergencia de la esquina de Salas. Nunca supe quien era el conductor del vehículo. Si está vivo me gustaría darle las gracias personalmente.
—¿Cuál fue el motivo de la agresión?
—Imagino que por ser adeco, aunque para ese momento yo me había marginado del partido a causa de la represión del Gobierno de Leoni, que se había desbordado. Era bestial y sangrienta.
—¿No lo denunció?
—No. De hecho, cuando el director de la Digepol me citó a su Despacho los sospechosos estaban detrás de un espejo. Me pidió que los identificara y ni siquiera voltee a verlos. Me dijo que tenía redactada la declaración. No la voy a firmar ni voy a denunciarlos (obviamente, yo estaba del lado opositor) le dije. Además Bellorín era menor de edad, un romántico como cualquier adolescente. No quería acusarlo. Mi respuesta dejó al funcionario más pálido que guachimán de funeraria.
—¿Hizo las paces con Lanz cuando ganó Chávez?
—No. Siempre hablamos de reportero a personaje. Nunca me preocupé por aclarar el punto. El propio Aristóbulo Istúriz me propuso un encuentro amistoso (Lanz trabajaba en el Ministerio de Educación), pero me negué. Ya yo había pasado la página. Creo que Lanz también. Además, él era muy parco y reservado.
—¿Al dejar el periodismo activo, qué le aconseja a las nuevas generaciones de periodistas?
—Que sean irreverentes. Todas las instituciones mundiales y regionales como la ONU y la OEA; los gobiernos, los poderes legislativos y judicial, el clero, inclusive las gobernaciones, alcaldías y concejos municipales, están cuestionados y deslegitimados por haberse convertido en garantes del poder. Y nosotros, que somos garantes de la verdad por ley, no lo somos, en la práctica.
—¿Cómo los periodistas pueden decir la verdad si los medios controlan las noticias?
—Hay que regresar al viejo periodismo, comenzando por hacernos respetar. Aquí el presidente Lusinchi le faltó el respeto al colega Luis Guillermo García, y por extensión al país, al país con su famoso “a mí tú no me jodes” y ni siquiera hubo una moción de censura en el Congreso.
—¿Cómo se puede ser irreverente con el poder si ni siquiera se le puede hacer una repregunta a un presidente?
—Ese es el meollo. Alguien tiene que recomenzar, como en el siglo pasado. Y tendremos que pagar el precio. Yo he pagado varias veces el mío. En su primer Gobierno el presidente Caldera prometió que antes de culminar su período iba a presentar al Congreso un proyecto de ley para otorgar derechos políticos a los europeos naturalizados y no cumplió. Por mala suerte para Caldera -y digo que para él, porque yo siempre me he jugado el puesto y él no- yo trabajaba para la revista El Europeo. Cuando faltaban varios meses para terminar su período le pregunté si iba a introducir el proyecto. Caldera respondió con una inflamada perorata sobre los “notables” que designó para redactar el proyecto, pero no respondió mi pregunta. En su rueda de prensa de la semana siguiente, le dije: “con todo respeto, señor presidente, usted no respondió mi pregunta de la semana anterior”. Caldera se largó otra perorata, esta vez sobre los aportes de los europeos al desarrollo del país. Aquello fue un escándalo, no se hizo público porque las preguntas incómodas las transmitían por radio, no por televisión. Los colegas de Palacio casi me cayapean por “saboteador”. Desde ese día me prohibieron el acceso a Miraflores. Caldera se salvó de una, porque a la semana siguiente iba a entregarle 5.000 firmas de europeos naturalizados que no pudieron ser diputados ni gobernadores y que, por cierto, no le dieron el voto en su segundo Gobierno.
—¿Se considera irreverente?
—Lo soy a mi manera, pero hay muchas formas. Mire, usted no encontrará desde que ganó Chávez hasta hoy, ni un solo premio otorgado por el gremio a un periodista opositor u oficialista por criticar al Gobierno. Le leo el dictamen del jurado que me otorgó el Premio Municipal de Periodismo en 2009: “por su serie de artículos críticos, interpretativos, de análisis y denuncia publicados en el semanario “Temas Venezuela”. Dentro de esa postura siempre he criticado a los países que pagan con su soberanía política y económica la protección de Estados Unidos.
—¿Va escribir sobre Lanz?
—Seguro. El fue parte de mi vida y casi de mi muerte.