Los ciudadanos que viven en la frontera colombo-venezolana esperan con ilusión la reapertura total de los pasos cerrados a los vehículos desde hace siete años, aunque no se fían del todo, pues todavía se conoce poco sobre el tiempo en que tardará todo en volver a aquella lejana normalidad, cuyo primer paso se da este lunes.
De ambos lados de la frontera, tanto las autoridades como los ciudadanos han manifestado su intención de que la reapertura total suponga un cambio positivo para sus vidas, por lo que creen que el regreso del transporte de carga empezará a revitalizar regiones golpeadas por un comercio disminuido a mínimos históricos durante los últimos siete años.
Sin embargo, hay muchas cosas que aún están en el aire, como el servicio de transporte público entre ambos países cuya reactivación aún no ha sido anunciada.
“La mayoría de la gente aspira a que la frontera la abran bien, como debe ser. Esperamos, principalmente, el regreso del transporte (…) para toda esta gente, esencialmente los miles de niños que a las cuatro de la mañana están pasando por acá”, explica a Efe José Rafael Salas, un colombiano que vive en la localidad venezolana de Ureña y cruza tres veces a la semana a Cúcuta a hacer diligencias.
Un ambiente diferente
Un primer paso hacia eso que anhela Salas es el cambio que han tenido los puentes internacionales Simón Bolívar, que conecta a Cúcuta con la localidad venezolana de San Antonio del Táchira, y el Francisco de Paula Santander, que une la capital del departamento colombiano de Norte de Santander con la localidad de Ureña.
Con el retiro de los contenedores que duraron años plantados sobre los puentes y un trabajo de embellecimiento hecho en los últimos días, así como la reorganización de los puestos de control, el ambiente de los pasos fronterizos ha cambiado.
Sin embargo, el puente de Tienditas -cuya construcción terminó en 2016 y nunca fue puesto en servicio pese a contar con la mejor infraestructura para el paso de vehículos- todavía no se abrirá porque aún está bloqueado por los contenedores que puso el Gobierno de Nicolás Maduro en 2019 para evitar el paso de ayuda humanitaria gestionada por la oposición.
Del lado colombiano, la carretera que lleva al puente está bloqueada con unas maltrechas lonas negras y su resguardo está a cargo de un vigilante privado y de militares que tienen un pequeño campamento improvisado en la zona y van armados con rifles para enfrentar cualquier problema de seguridad que surja.
EXPECTATIVA VERSUS INCERTIDUMBRE
En el lado venezolano, hay tanta expectativa como incertidumbre, una dualidad alimentada por el hermetismo oficial, pues las autoridades no han explicado prácticamente ningún detalle de cómo serán las cosas para el transporte particular y de carga.
Ese desasosiego no le permite a Alicia Cordero celebrar del todo la reapertura. Mientras empuja varios kilos de papas en una bicicleta, se pregunta si los militares que custodian el puente en Ureña la dejarán avanzar o, por el contrario, le pondrán trabas por la mercancía.
“Nosotros íbamos a traer un bulto de papas, porque nos quedó, pero después van a pensar que uno la va a vender por allá”, dice a Efe la joven de 21 años que lleva tres años vendiendo verduras en Cúcuta y durmiendo del otro lado de la frontera.
Al ser consultada sobre el cambio que podría traer a su vida el paso de vehículos, ella cita las voces que dicen una cosa u otra y, como no hay nada cierto, concluye: “Yo creo que va a ser lo mismo”.
Su hermano, Adrián Cordero, cree que la restitución debería ser total, para que vehículos y transeúntes puedan pasar tranquilamente, con controles claramente establecidos y no a merced del abuso de funcionarios que, a menudo, cobran una suerte de diezmo.
“Si dejaran pasar a uno por aquí con su carretilla cargadita de plástico y chatarra es mejor, y así uno se evita el problema de estar pasando por esas trochas (pasos irregulares)”, explicó a Efe el hombre de 32 años.
El destino de estas rutas no vigiladas es uno de los acertijos en este idilio fronterizo. Diariamente, a la vista de las autoridades, numerosas personas cruzan por el río con mercancía a cuestas, lo que engrosa el negocio del contrabando, un flagelo que Venezuela pretende atacar, para lo que creó recientemente unidades policiales especiales.
Pero, de vuelta a los puentes, “las expectativas son grandes”, o así lo expresa Biagneri Pacheco, una colombiana residente en Venezuela que cruza a diario por estos pasos.
Esta ama de casa, explica a Efe que ella misma tiene asuntos por atender en ambos lados de la frontera, como su esposo, Eduin Suárez, un transportador que parte de Cúcuta a varios destinos de Colombia pero duerme cada noche en Ureña, su residencia desde hace 10 años.
“Nos han dicho que es comercial, pero todavía no han confirmado si pueden pasar los carros, las motos. Estamos a la expectativa, esperamos que pase lo mejor que pueda pasar, porque ya son siete años, demasiado tiempo”, dice la mujer de 52 años.
Fuente: EFE