A veces, debido a las experiencias frustradas de relaciones sentimentales pasadas, en que hemos dado más de lo que hemos recibido, podemos terminar demasiado prevenidas en el amor o mantenernos en estado de alerta hasta saber si una relación nos conviene o no, para no volver a caer en vínculos que vengan con la etiqueta fracaso.
Por consiguiente, pensamos que estar bien alertas nos hace huir de todo aquello que nos cause incertidumbre, porque no queremos volver a sufrir otra vez por haber entregado el corazón, sin haber tomado algunas medidas preventivas que nos ayuden a evitar tanto la tristeza como la desolación que produce una decepción.
De lo anterior resulta que si aparece un amor la desconfianza nos invada, para, incluso, hacernos dudar de quien buenas intenciones tiene, o para convertirnos en quién evita dar más de la cuenta a menos que existan señales de que esta vez esa relación será diferente a las anteriores.
1 El corazón niega la razón
Rosa María, de treinta y seis años, ojos cafés y cabello castaño, era una mujer inteligente y preparada, amante de la buena conversación, que estaba en el mejor momento de su vida, pues, todavía, conservaba esa belleza física que la había hecho sobresalir entre otras mujeres y contaba con suficiente madurez, pues había aprendido a valorar lo bueno de la vida como a evitar lo que le trajera tristezas y decepciones, o por lo menos eso pensaba ella, que, en el presente, tenía algo, como una especie de sabiduría, o una mayor capacidad de reflexión, que la haría detectar cuando sería víctima del sufrimiento y del dolor, para así poder huir de él.
Aunque estaba consciente de que siempre había que aprender algo, pero lo que Rosa sabía con claridad, era que cuando el corazón se interpone, niega la razón y las consecuencias no se hacen esperar, y sabía también que ella, como todas las mujeres, no estaba exenta de ello.
2 No dar más de lo recibido en el amor
En el pasado, Rosa María mantuvo una relación por cuatro años con Rubén, unos años mayor que ella, algo despreocupado en el amor, o por lo menos en eso de hacer sentir muy bien a su pareja. Ella pensaba que había perdido tiempo tratando de consolidar un vínculo que nunca iba a llegar a estarlo, y no por culpa de ella. Y por más que hizo lo imposible para que fuera así, siempre esa relación caminó por la cuerda floja tantas veces que siempre estuvo a punto de acabar en el largo tiempo que duró, en el cual la incertidumbre fue su mejor compañera.
Por lo anterior, Rosa María había aprendido una lección que recordaría siempre, a no dar más de lo que recibía. Había endurecido su corazón para evitar terminar lastimada, por eso, a veces, desconfiaba hasta negar el nacimiento de los más nobles sentimientos.
La duda asaltaba su mente. Analizaba el mínimo detalle y sacaba conclusiones. Así sabría sí saldría corriendo o, al contrario, mantendría aquel amor un tiempo más mientras esperaba que se consolidara esa relación una vez que habría confirmado que valía la pena tomar el riesgo.
A pesar de las dudas que plagaban su mente y alma, Rosa María creía que volvería a enamorarse, pero, esa vez, sería para bien. Lucharía en igualdad de condiciones por un futuro compartido para poder alcanzar esa felicidad que tantas veces le había parecido un sueño tan acariciado que, en muchas ocasiones, pensó que no estaba destinada para ella a pesar de que sabía que todos tenemos derecho a ser felices.
3 Rostros del amor
El amor muestra tantas caras que, a veces, es difícil saber cuál es la correcta. Son ilusiones que se tiñen de rosa, emociones que parecen compartidas, pero que, pronto, nos damos cuenta de que esa pareja que elegimos no es tan afín a nosotras como pensábamos cuando las intenciones dejan sus disfraces para mostrarse justo tal como son.
Otras veces, el amor resulta verdadero, tan sincero que nos sorprendemos cuando la vida nos regala momentos de felicidad, después, de que hemos probado tantos sabores amargos que aún llevamos en la boca, por esas experiencias que, a punta de unas cuantas lágrimas derramadas, nos enseñaron lo que necesitábamos que aprender, pero que hubiéramos preferido mil veces no haberlas vivido para no volvernos tan cautelosas como lo estamos en el momento presente.
En la vida de Rosa María apareció Eduardo, cinco años mayor que ella. El quería entrar en la vida de esta dama, parecía un buen partido para quien mucho había esperado por un buen amor. Lucía sincero, era de carácter dulce y comprensivo. Su presencia refrescaba el alma de esta mujer que daba un cuarto de su existencia para no volver a sufrir otra decepción. Las intenciones de Eduardo eran tan frescas como el rocío de la mañana.
Entonces, Rosa María tendría que contener las emociones e ir paso a paso, para poder ver con claridad a quién dejar entrar en su vida y evitar así no volver a resbalar en estos asuntos en que ponemos nuestro lado más vulnerable al descubierto, pues, reflexionaba Rosa María, hay mujeres que amamos tanto que entregamos el alma, sin que nos importe mucho que nos las roben, por querer demasiado mientras nos creemos tan fuertes que otra derrota no nos pueda preocupar más de la cuenta, pues pensamos que algunos momentos hablan por sí solos, así que bien merece tomar de riesgo de volver a amar. No obstante, algo de precaución no está de más para corroborar si esa persona a quien elegimos amar es merecedora de nuestro amor.
¿Das demasiado de ti misma?
- Amar demasiado no es malo. Lo que sí puede serlo es entregarnos a una relación que en el fondo de nosotras sabemos que no prosperará o dar más de sí mismas de lo que recibimos de quien, en un momento de insensatez, elegimos como compañero sentimental.
- Por ello, la prevención no está de más, aunque no debemos perder las esperanzas de encontrar a quien sea merecedor de nuestro amor, así que todo en su justa medida vale a la hora de buscar pareja para evitar salir lastimado o haber perdido demasiado tiempo en un vínculo frustrado.
La Voz de la Mujer / Diario LaVoz