Comer cuando sientes hambre es natural. Sin embargo, para compensar un mal día o calmar una pena, no lo es, más bien ahí comer se transforma en una adicción que se volverá muy difícil de controlar, ya que cuando estés triste o angustiada no tardarás en llenarte de comida
El consentimiento manifestado en dulces ocasionó que, de más, esta muchachita ganara peso. Si pedía un pedazo de pastel, le daban una torta; un chocolate, un paquete de esto; un helado, un pote tamaño familiar
Algo tan natural como comer se puede transformar en un problema cuando a un ser querido; con los alimentos, se le manifiesta cuanto se le ama, en el sentido de que la sobrealimentación se convierte en muestra máxima de amor, sin medir las consecuencias negativas que no tardarán en hacerse presente cuando aquello de comer se convierta en una adicción.
Entonces, si se trata de una niña, cuando se vuelve mujer, la joven tiene que luchar contra la balanza una vez que no puede controlar su predilección por los dulces, entre otros alimentos no sanos, ya que, en el momento en que era una chamita, en una recompensa, estas comidas se convirtieron, y con mucha probabilidad en la adultez se mantiene el mismo patrón, a veces, inconscientemente, ocasionando estragos.
1. Dando comida como muestra de amor
Roxana había nacido rodeada de quienes mucho la querían, pero le demostraban su afecto con comida extra. Sin embargo, los parientes de esta niña tenían algo que los hacía similar a otros: Pretender que sus miembros fueran felices. No obstante, esa felicidad a esta niña se le propinaba de una manera no adecuada, pues los pastelitos, chocolaticos y caramelos, entre otras chucherías, se le ofrecían de manera excesiva, diariamente, sin control alguno, y como recompensa.
La madre de Roxana se había casado muy joven. No tardó en contraer nupcias una vez que conoció al que sería papá de esta muchachita. Entonces, por ser ambos tan jóvenes, cuando se casaron pagaron su noviciado con Roxana que fue su primera hija y al ser también la primera nieta, fue la consentida de sus abuelos; y por hacer a los hermanos de su mamá, tíos, la más querida y consentida de los sobrinos.
El consentimiento manifestado en dulces ocasionó que, de más, esta muchachita ganara peso. Si pedía un pedazo de pastel, le daban una torta; un chocolate, un paquete de esto; un helado, un pote tamaño familiar. Cuando sus tíos la llevaban a pasear, la llenaban de obsequios que se traducían en mucha comida y sobre todo dulces. Y por supuesto comida chatarra que es la que adoran los niños, no podía faltar en el paseo familiar.
2. ¿Quién es el culpable?
La gordura de Roxana no sólo era por culpa de sus allegados, sino también por su buen apetito que estaba en sus genes. Cuando nació, como a todos los bebés del retén, le dieron dos onzas de leche. No obstante, ella continuaba llorando mientras las enfermeras angustiadas sin saber cómo consolarla, unas a otras se miraban, intentando identificar ese llanto, ya que la bebita estaba sequita, abrigadita y, por supuesto, alimentadita, hasta que a una de las damas de blanco se le ocurrió darle dos oncitas más de leche, así la chiquita dejó de llorar y durmió profundamente.
De ahí que cada vez que intentaban agradar a la nena; un helado, tortita, chocolatito o gomita dulce, aparecía en el escenario, para sacarle una sonrisa de sus labios y complacerla en su gusto por las golosinas.
En todo este plan de complacer a Roxana con los platos de su preferencia, no participaba su mamá que, al contrario de los demás, por todos los medios, trataba de poner a su hija a dieta, pero la abuelita estaba alerta para compensar la falta alimenticia, con la que evitaría que una anemia pusiera la buena salud de su nieta en peligro por haber desayunado sólo una manzana que la mamá de Roxana le había envuelto como único alimento a la hora de la merienda en el colegio.
3. Cuando la dieta se va de las manos
Hasta que cumplió once años, Roxana estuvo contenta, no le importaba darse gusto comiendo aunque ganara mucho peso.
Ahí, cuando arribó a esa edad, empezó a preocuparse porque la llamaban gorda, sobre todo cuando andaba con jovencitas de su edad que podían usar cuanta ropa bonita estaba de moda que, para lucirla a su gusto, se necesitaba ser medianamente delgada.
Como ella no podía llevar aquellas prendas de vestir que añoraba, pasaba horas buscando lo que deseaba comprar visitando una tienda tras otra, sin éxito alguno, decepcionada, y deseando ser tan delgada como sus amigas.
De repente, una idea brillante vino a la mente de Roxana: Hacer dieta. Al principio, lo del régimen alimenticio estuvo bajo control. Después de unos diez kilos perdidos, se veía muy bien. No obstante, cuando se deshizo de unos veinte, la situación se complicó. El apetito casi desapareció. Comía muy poco, algunas galletas de soda y manzanas bastaban. Esto angustió a sus familiares que por más que trataban de convencerla de comer tanto comida sana como dulces no lograban su cometido.
La mamá llevó a Roxana a un psicólogo que tuvo bastante éxito, ya que, después de unos meses en que la niña acudiera consecutivamente a su consultorio, entre aquellas cuatro paredes pintadas de verde esperanza típicas de los consultorios médicos, el terapista detectó que ella había sido víctima de una abuela consentidora, que le demostraba su amor dando cuanto pastel quería, mientras que su madre anhelaba con todas sus fuerzas que su hija fuera tan delgadita como una modelo de revista, por lo que se había transformado en un detractor de alimentos, en una enemiga acérrima de los dulces y de la comida chatarra.
Al mismo tiempo, la mamá y la abuela de Roxana actuaban confundiéndola, al extremo de que ella no sabía qué hacer con la comida, la cual de aliada pasó a su enemiga, cuando la misma se convirtió en una muestra de cariño atípico hacia ella en vez de ser el mecanismo para satisfacer la necesidad de mantenerse con vida y con salud.
¿Comes satisfacer tu apetito o para sentirse feliz?
Comer cuando sientes hambre es natural. Sin embargo, para compensar un mal día o calmar una pena, no lo es, más bien ahí comer se transforma en una adicción que se volverá muy difícil de controlar, ya que cuando estés triste o angustiada no tardarás en llenarte de comida.
Un comportamiento que se repite cual ciclo influye en que esos kilos que no terminan por irse, ya que desconoces que tal hábito en tu indeseado sobrepeso tiene mucho que ver.
La voz de la mujer
Isabel Rivero De Armas