Vivimos, me atrevo a decirlo con toda responsabilidad, una de las horas más oscuras de toda nuestra historia republicana. La cosa comenzó mal desde el miércoles, momento en el cual la Sala Constitucional del TSJ dictó una sentencia, que en mi criterio, es la gota que al vaso le faltaba para derramarse en una crisis política, ya en curso, de proporciones inimaginables. No me detendré mucho en su análisis, pero sí acotaré que los mayores vicios de dicho fallo son esencialmente dos: Parte de la base de premisas, si no absolutamente falsas, al menos sí indemostrables hasta este momento; y además nos sumerge aún más en los temibles abismos de la incertidumbre política.
Con respecto a las premisas equívocas en las que se fundamenta la decisión, cabe decir que la más grave es que en todo momento afirma que el presidente Hugo Chávez sigue en funciones y al mando de nuestra nación pese a que salvo unos pocos nadie, desde hace más de un mes, sabe nada de él. Es más, lo afirma sin tapujos pese a que los mismos partes oficiales han destacado que el presidente presenta un muy delicado cuadro de salud que, eso está a la vista, le ha impedido hasta dirigirse vía telefónica o hasta por las redes sociales, cual se había hecho su mala costumbre, a la ciudadanía. Obvia la decisión una verdad indiscutible: El Presidente no está, pese a lo cual logran los magistrados concluir, en un malabarismo más consumado que los de los chinos y sus circos, que no hay falta ni temporal ni absoluta, sino que el hombre está “de permiso indefinido” cumpliendo unas supuestas “funciones de salud”, que al menos en la Carta Magna que yo leo, no tiene atribuidas el Presidente por ningún lado.
Por otro lado, la decisión concluye que aunque el juramento es una formalidad esencial al desempeño de un cargo de tal importancia, éste puede hacerse después, luego cuando el presidente “se mejore”, sin precisar un plazo específico para tomar las decisiones correspondientes, de ser el caso; y lo que es peor, poniendo sobre los hombros del propio afectado la responsabilidad de que él mismo decida, pese a los que los hechos o la verdad señalen, si él está temporalmente ausente o no. Recurre a la tesis de la supuesta “continuidad administrativa” para decirnos que acá no “pasa nada” y que Chávez será representado ad infinitum por Nicolás Maduro y por los demás miembros del Poder Ejecutivo sin explicarnos en cuál norma jurídica se ampara esta muy sui generis “delegación” o “endoso” de funciones, y sin aceptar que la Constitución Bolivariana es clarísima en cuanto a que un Vicepresidente no puede cumplir las funciones presidenciales a menos que se presente taxativamente una falta temporal o una absoluta del Primer Mandatario.
Lo peor del caso es que no se le pone coto o límite a la incertidumbre, no se nos dice cuánto tiempo es que podrá durar esta locura, por lo que de ahora en adelante, si Chávez tarda uno, dos, tres o más años en recuperarse o en aparecer, las cosas, según el rocambolesco fallo de la Sala Constitucional, podrán seguir como están ahora.
Al día siguiente en un acto de masas, en el que el chavismo movilizó (aunque no con total éxito, valga decir) toda su maquinaria y recursos, 19 mandatarios de otros países y todo el cuadro oficialista de gobierno le dieron el espaldarazo “legitimador” a Maduro como el nuevo, y así hay que llamarlo con todas sus letras, presidente de facto de nuestra nación. Y digo “de facto” porque hasta dónde he podido revisar, ese señor no ha sido elegido por los votos de nadie, ni siquiera por los de los chavistas, para regir nuestros destinos políticos ni, según lo reconoce la propia sentencia del TSJ, ha asumido interinamente la presidencia porque, según los magistrados, no están “dados los supuestos” para declarar la falta temporal ni la falta absoluta del Presidente.
La Constitución nos dice que las funciones presidenciales sólo puede ejercerlas el mismo Presidente; o de manera excepcional, el presidente de la AN o el Vicepresidente Ejecutivo. El Presidente las ejerce y las cumple cuando está en pleno uso de sus facultades y se desempeña como tal con absoluta normalidad. El Presidente de la Asamblea Nacional podría ejercer de manera interina las funciones presidenciales sólo cuando se declare la falta absoluta antes de la toma de posesión, y el Vicepresidente sólo las ejercería y cumpliría en caso de que después de la toma de posesión (que por cierto, no se dio) se declarase la falta temporal o absoluta del presidente. Si nada de esto ha ocurrido, es decir, si según el TSJ no hay todavía falta absoluta o temporal de Chávez, ¿a cuenta de qué Maduro, que además no fue electo por el pueblo, cumple ahora funciones presidenciales?
No existe en nuestra Carta Magna ningún artículo, les invito a leerla, que le permita al Presidente irse de “permiso indefinido”, ni mucho menos norma alguna que le permita ausentarse del país sin fecha de retorno a atender asuntos, como los de su salud, que por respetables o importantes que sean, le son exclusivamente personales. Tampoco existe ninguna disposición que le permita “delegar” o “endosar” parcialmente sus atribuciones, es decir, ser y no ser Presidente a conveniencia o sobre los temas que mejor le parezcan, pues éstas están contenidas taxativamente en nuestra Carta Magna y le fueron conferidas en la pasada elección por el pueblo, a través de los votos, que es el único y verdadero titular de la soberanía. Las atribuciones presidenciales, conferidas por el pueblo, no admiten delegación ni endoso.
Así las cosas, ¿qué fue lo que ocurrió el pasado jueves? Se dio una coronación. Un hombre, que no se ha presentado a una elección popular ni ha ganado comicio alguno quedo ungido, por mucho que insista en seguirse llamando “Vicepresidente”, como “presidente en funciones”, como un “encargado” indefinido, arropado bajo un manto judicial espurio y con el respaldo ladino y crematístico de 19 aprovechadores que no velan por nosotros, ya que al final no les toca, sino por los muy capitalistas intereses patrimoniales de sus respectivas naciones. Tan fue así, que en una clara amenaza a los opositores Maduro exigió que se le reconociera y validara como el nuevo “hombre fuerte” de nuestra nación, a él a título personal y directo pues, y cito textual: “Si no me reconocen a mí, yo no tengo que reconocerlos a ustedes”.
Grave la cosa, estimados lectores. Hasta Chávez, que resultó ganador en las elecciones y es nuestro Presidente legítimo, cuando se dio cuenta de que su salud posiblemente no le permitiría continuar al mando de este navío, designó a Maduro como su sucesor, pero dejando claro que lo veía como su campeón para un eventual proceso electoral que pudiera darse ante su posible ausencia. Pero nada, seguir la Constitución no va. Ni eso, ni siquiera la voluntad expresa de Chávez, han respetado sus adláteres. Nos han impuesto a todos un mandatario que ninguno de nosotros, ni oficialistas ni opositores, elegimos.
Diario La Voz | Gonzalo Himiob Santomé