Por los años tempranos de la revolución bolivariana, se acercó hasta nuestras tierras un polémico y contradictorio personaje de nombre Norberto Ceresole. Argentino, antisemita, negador del holocausto e identificado con el peronismo, olió en el entonces ascendente Hugo Chávez la oportunidad de materializar muchas de sus teorías.
Qué sucedió realmente entre Chávez y Ceresole, es algo que deben saber muy pocos, aparte de los dos mencionados. Sin embargo, el paso del tiempo dejó clara la puesta en práctica de su doctrina, ampliamente difundida en artículos de opinión: consolidar la fórmula “caudillo-fuerzas armadas-pueblo” como una especie de llave maestra para atornillar en el poder indefinidamente al proyecto chavista.
El perverso propósito del asesor pasaba por desmantelar la institucionalidad, como ha sucedido, por vender a las masas que su único interlocutor y redentor era el caudillo, y el brazo-armado-partido conformado por la Fuerza Armada debía identificarse y fundirse en un vínculo puramente afectivo con la clientela electoral, con el fin de dejar fuera de juego a cualquier alternativa política y consolidar un totalitarismo de nuevo cuño.
La audaz e irresponsable propuesta ceresoliana tiene mucho que ver con el contratiempo que hoy vive nuestra nación. Muy poco amor por su patria y demasiadas ansias de poder debe haber en quienes accedan a semejante fórmula, que en lenguaje de nuestros abuelos se podría traducir como “pan para hoy, hambre para mañana”.
Apostarlo todo como país a un solo ser humano, imperfecto y finito como somos, es igual decretar que dicho país desaparecerá al colapsar las limitaciones y carencias de esa persona.
No podemos jurar que lo que hoy sufrimos los venezolanos tiene ciento por ciento el sello de este desaparecido asesor; pero cuando el líquido es insípido, inodoro e incoloro, probablemente sea agua.
Intriga saber cuál sería el próximo paso del guion escrito por tan curioso personaje, uno más entre tantos que se han acercado a este fenómeno caribeño bendecido par la alcancía petrolera, que tiene el potencial de recompensar con pingües dádivas a cuanto buhonero trasnacional de ideologías tenga alguna camisa roja en su guardarropa.
Sin embargo, como suele suceder a quienes aspiran al control total sobre una sociedad, la idea hace aguas. El siglo XXI nos blinda contra los oscuros experimentos de quienes ven en Venezuela un laboratorio para reeditar fallidas experiencias del siglo pasado.
Bajo la epidermis crispada de nuestra tierra se mueven diversidad, pluralidad, conocimiento, deseos de superación y de paz. Hoy se libra la batalla final contra los manuales que recetan cómo someternos y somos tercamente optimistas respecto al resultado.
Noel Alvarez
Twitter: @alvareznv
Coordinador nacional de Independientes por el Progreso/ La Voz