La cobija tiene un tamaño dado. Pensemos y actuemos ajustados a nuestras realidades y arropémonos debidamente.
El petróleo siempre fue una incógnita, algo extraño o algo negativo para el venezolano común y hasta para el gran conglomerado del sector pensante del país. ¿Por qué?
Las petroleras siempre fueron, a los ojos de las grandes mayorías, los villanos que explotaban al país y ese moquete o plataforma de evaluación fue utilizado por los líderes y dirigentes de turno para sacar provecho político. Ese enfoque motivó toda la acción política relacionada con el petróleo y se fue convirtiendo en la base de la acción izquierdista y «nacionalista» de la que hemos padecido y de la cual debemos salir si queremos progresar. Hasta ahora, todos los experimentos, incluyendo hasta los más extremos, demuestran que hemos transitado por el camino equivocado.
Ese canto de sirena sobre la industria petrolera venezolana escondía realidades que era lógico que fueran desconocidas por la mayoría pero que no era aceptable que fueran pregonadas como verdades cuando no lo eran. Veamos las realidades.
La industria petrolera del siglo XX era una actividad de primer mundo en un país subdesarrollado, tanto económica como institucionalmente. Los dirigentes nacionales la conocían poco y se ocupaban menos de conocerla más; solo se limitaban a usarla como trampolín. La sorpresa que causaba a los que visitaban sus instalaciones, antes y después de su estatización, los hacía quedarse boquiabiertos al constatar lo que consideraban increíble y que concluían que les era desconocido. Por otra parte, la actividad económica en el país dependía, directa o indirectamente del petróleo: directamente porque era el suplidor indispensable de los fondos del Estado e, indirectamente, porque el progreso del resto del país dependía de los ingresos del petróleo. Pero el Estado seguía con el canto de que el país estaría mejor si la actividad petrolera fuera de su propiedad, con lo cual demostraba que desconocía las realidades del petróleo. Explotar ya o esperar un mañana para derivar los beneficios del petróleo no era el verdadero dilema: había que explotarlo según se requiriera pero lo debían explotar los que sabían de petróleo. Otros países lo entendieron así y han logrado los más altos niveles de vida y de desarrollo humano en este mundo. Nuestros líderes eligieron una variante del camino sin evaluar a fondo las posibles consecuencias de un fracaso; no analizaron bien los escenarios y prefirieron optar por el escenario ingenuo que se dio, para perjuicio del país.
Más adelante en el tiempo y ya estatizada la actividad petrolera, los análisis hechos en cuanto a lo que pensaba, no el venezolano común sino el venezolano de mayor criterio; el que pudiera considerarse conductor de opinión, determinaron que para ellos la industria petrolera seguía siendo una empresa «extranjera», no venezolana. Y los que visitaban sus instalaciones, tanto a nivel de las oficinas principales como de las instalaciones operacionales, quedaban sorprendidos de encontrar instalaciones que en nada se parecían a un Ministerio, organismo o empresa del Estado. La operación petrolera, su gente, sus instalaciones, su organización, sus métodos y sus procedimientos eran distintos y era difícil entenderlos a la luz de las prácticas comunes por ellos conocidas en el resto del país.
La cobija tiene un tamaño dado. Pensemos y actuemos ajustados a nuestras realidades y arropémonos debidamente.
Odoardo Léon Ponte