Resulta increíble que, mientras el decrépito fantasma del Manifiesto Comunista está hoy recorriendo Suramérica con el disfraz del “socialismo del siglo XXI”; el presidente de Rusia, Vladimir Putin -que saben mejor que nadie que el socialismo conduce a la pobreza- ingresa a su país a la tildada de neoliberal Organización Mundial del Comercio
El pasado 22 de agosto, Rusia ingresó a la Organización Mundial del Comercio (OMC). Era la única potencia económica que estaba fuera de la institución que fue creada en enero de 1995. Rusia había hecho en 1993 la solicitud para integrarse al Acuerdo de Aranceles y Comercio (GATT). Tras 19 años de negociaciones se convierte en el socio 156 de la OMC, la cual se encarga de regular los intercambios comerciales del mercado mundial capitalista. Éste es el único que existe.
Podríamos decir que simbólicamente la mencionada incorporación es el último novenario ofrendado a la extinta Unión Soviética. Recordemos que la URSS creó en 1949 un Consejo de Ayuda Mutua Económica (COMECON) que sustentado en la planificación centralizada integró económicamente a sus satélites socialistas (incluida Cuba), presentándolo como una alternativa a las injustas y explotadoras relaciones que en el comercio internacional imponían EEUU y sus aliados capitalistas. Cuando el COMECON desapareció en 1991, tan sólo un pírrico 6% del comercio mundial se transaba entre los países miembros.
Rusia en el camino chino
Tenemos entonces que, para cumplir con los requisitos exigidos, el Presidente Putin firmó en julio pasado la ley que subordina la legislación rusa al andamiaje jurídico de la OMC (Protocolo de Marruecos de 1994).
¿Por qué tanto interés de Rusia por formar parte de una institución que junto al FMI y al BM conforma el trípode institucional de la globalización económica? ¿Por qué se expuso el Presidente Putin a las acusaciones de traidor a la patria que le hicieron sus opositores, comunistas y otros, por ceder soberanía al poder global?
Consideramos que la respuesta es muy sencilla: porque Putin quiere mejorar el nivel de vida de los rusos. Pretende seguir el ejemplo chino y apalancarse en el mercado mundial para crecer, modernizar y diversificar su envejecido e improductivo sistema económico excesivamente dependiente de las exportaciones petroleras. Además, porque aspira a que su país ocupe el lugar que le corresponde como actor de peso en la formulación de las reglas del juego comercial internacional.
Lección aprendida
Saben los rusos los beneficios económicos que ha deparado al pueblo chino la entrada en 2001 del país a la OMC, luego de 15 años de negociaciones. En 11 años en la OMC, el comercio exterior chino creció 15% frente a un 3% mundial y China desplazó a Alemania como el mayor exportador del mundo desde el 2009.
También saben los rusos, el papel jugado por EE. UU para incorporarlos en la cúspide del poder global. Su “sugerencia” ante Georgia permitió que este país dejase de lado el veto que mantenía al ingreso de Rusia a la OMC.
Los resultados de las negociaciones, por otro lado, demuestran que las potencias occidentales aprendieron la lección y actuaron de manera diferente a como lo hicieron con Rusia a la caída de la URSS. Eso explica que las condiciones de ingreso hayan sido tan flexibles, para dar suficiente tiempo a Rusia de ponerse al día y preparar su apertura a la competencia dentro y fuera del país. Así, una parte de los aranceles a las importaciones se reducirá con cierta rapidez, pero otra parte se reducirá en un lapso de hasta 7 años. Por el lado de las exportaciones, se suprimirán barreras arancelarias que en forma de cuotas imponen a los productos rusos los EEUU y la Unión Europea. Y, según el principal negociador ruso, Maxim Medyedkov, el sector agrícola será el principal beneficiado con la entrada a la OMC.
Resulta increíble que, mientras el decrépito fantasma del Manifiesto Comunista está hoy recorriendo Suramérica con el disfraz del “socialismo del siglo XXI”; los rusos -que saben mejor que nadie que el socialismo conduce a la pobreza- ingresen a la tildada de neoliberal Organización Mundial del Comercio.
Baldomero Vásquez Soto