Tal y como es en ministerios, tribunales, y en los demás órganos del poder público, es en PDVSA, en la que desde hace más de 10 años quienes trabajan allí o lo hacen callados y sumisos, para no perder el sustento, o son de los que no sirven para nada y sólo cobran por mantener la impostura y para desfilar cuando se les requiera con la franela que se les imponga según el momento
Recordamos los días del paro cívico nacional de 2002-2003 y la razzia persecutora que siguió contra los ahora extrabajadores petroleros de todos los niveles, y de todas las dependencias de PDVSA, a nivel nacional. En aquellos momentos, el poder abusivo y avasallante se solazaba en el uso de sus listas negras y de todo el aparataje institucional contra todo del que se sospechara había sido culpable de algún supuesto, y jamás probado, “sabotaje petrolero”. A muchos empleados de PDVSA que habían participado en el paro cívico nacional se les sacó violentamente de sus casas, con sus familias a cuestas como ocurrió en “Los Semerucos”, como si fuesen vulgares delincuentes. Se siguieron investigaciones penales, disciplinarias y de toda índole contra la que entonces era la alta gerencia de PDVSA, pero no sólo contra ésta, sino también contra los directivos de INTESA, que se ocupaba de la red telemática e informática de nuestra estatal petrolera, contra los Marinos Mercantes, que operaban la flota de PDV Marina, y en definitiva, se persiguió, intimidó y despidió a miles de empleados y obreros de nuestra petrolera y de sus filiales, cerca de 20.000 venezolanos, que sabían lo que hacían, que habían mantenido a PDVSA hasta ese momento como una de las empresas más seguras, de más alto rendimiento y mejor manejadas del mundo, y que lo único que habían hecho en esos lustros era protestar, con la Constitución bolivariana en la mano, contra el gobierno por sus absurdas e improvisadas políticas petroleras.
Desde esos momentos PDVSA, en palabras del propio Ministro de Energía y Petróleo Rafael Ramírez, quedó “roja, rojita”, y desde allí empezó no sólo la caída sostenida de la producción nacional de petróleo y de sus derivados –ahora, hasta importamos gasolina de EEUU- sino además una larga escalada de accidentes, derrames, fallas y tragedias; la de ahora en Amuay ha sido no sólo la más grave en Venezuela, sino una de las más graves a nivel mundial en los últimos 25 años. Era de esperarse, sin embargo, pues informes de calificadoras de riesgo de alta credibilidad (RJG Risk Engineering, vía AP) ya venían advirtiendo que las cosas no lucían bien para la refinería, en la que solamente en el año pasado se habían registrado 222 incidentes, de los cuales en sólo 9 se habían realizado y tomado en cuenta las recomendaciones pertinentes. En esos términos, que la refinería de Amuay era una bomba de tiempo no debía ser un secreto para nadie, especialmente para Rafael Ramírez, que se supone que está en el puesto en el que está, no para favorecer a sus cercanos con jugosos contratos para la defensa legal de PDVSA en el exterior, sino para dirigir con buen tino nuestra principal industria nacional ocupándose de proteger, especialmente, las vidas de los trabajadores petroleros en las actividades de altísimo riesgo que normalmente desarrollan.
El que tenga ojos que vea
Los 42 muertos y los 132 heridos de Amuay, así como los severísimos daños al ecosistema y a la infraestructura petrolera nacional que hemos venido observando en los últimos años (así serán de graves que el gobierno incluso llegó a prohibir que se hablara de estos temas ante los medios de comunicación) deben obligarnos a poner las cosas en perspectiva y a ver entonces en dónde están y en dónde han estado, en los últimos 10 años, los verdaderos saboteadores a la industria petrolera. Se ha tratado, por supuesto, de un sabotaje continuado, a veces velado, a veces evidente, pero de consecuencias devastadoras, como las que aún padecemos en Amuay, cuyo alcance real no podremos establecer sino hasta que gente seria y capaz, que tenga en la mente mucho más que panfletos rojos y consignas desfasadas, asuma de nuevo el control de PDVSA.
Los hechos están allí, y como se la pasa diciendo el presidente saliente, “el que tenga ojos, que vea”. No hay peor sabotaje a la industria petrolera que el que se ha consumado y se sigue consumando bajo la dirección de esta casta política “roja, rojita” que sólo piensa en ilusorias épicas para la salvación “del planeta”, que goza derrochando nuestros recursos para comprar lealtades políticas en otros países, y que se inventa guerras imaginarias que sólo caben en las cabezas trasnochadas de quienes, de tanto andar comprando amigos e inventándose enemigos, han terminado por convertirse en la antítesis de lo que pregonan, con graves costos para todos nosotros. La corrupción, la imprevisión y la más salvaje ineficiencia campean en nuestra estatal petrolera, y no sólo ahora sino antes también, estos males han venido cobrándonos altas facturas a nivel económico –somos ahora un país mucho más dependiente de lo que lo éramos durante la mal llamada “IV República”- y a nivel humano; y ya es muy alto el saldo en vidas que hemos tenido que pagar sólo porque hay gente que no entiende que hay actividades en las que, para que las cosas funcionen y para evitar que la gente muera, se necesita mucho más que ser del PSUV y que corear “¡Uh! ¡Ah! Chávez no se va!”.
Desastre y sus consecuencias
Uno de los más graves errores que ha cometido este gobierno ha sido el de despreciar sistemáticamente el conocimiento y la preparación profesional. Pueden fundar mil universidades, todo para tratar de contrarrestar la baja “pegada” que tienen en las más serias e importantes casas de estudio de nuestra nación, pero eso no significa que esta sea una “revolución” a la que le interese que existan ciudadanos pensantes, preparados y libres. Se ve a todos los niveles, y aquí lamentablemente debemos generalizar, que quienes ocupan puestos en diferentes cargos públicos no son los mejores, ni los más preparados, sino los más leales. Tal y como es en ministerios, tribunales, y en los demás órganos del poder público, es en PDVSA, en la que desde hace más de 10 años quienes trabajan allí o lo hacen callados y sumisos, para no perder el sustento, o son de los que no sirven para nada y sólo cobran por mantener la impostura y para desfilar cuando se les requiera con la franela que se les imponga según el momento.
Ahí está entonces el verdadero sabotaje. Haber botado de PDVSA, por haber hecho lo que la bolivariana les permitía hacer (protestar pacíficamente) a cerca de 20.000 personas capaces, con experiencia y preparadas, para sustituirlas con otras que no saben lo que hacen, pero que sí son leales a la “revolución” o son sumisas al miedo que les inspira “el proceso”, y haber manejado con los pies y dando palos de ciego, durante tanto tiempo, una empresa de los altísimos niveles de especialización y de preparación que requiere PDVSA, son las causas directas de los desastres que ahora presenciamos. Si queremos evitar nuevas tragedias, si queremos volver a colocar a nuestra producción petrolera y a PDVSA en los lugares que se merecen, para el bien de todos, debemos cortar de raíz el próximo 7-O, con el hacha de nuestros votos, este árbol de inopia, de corrupción, de improvisación y de ineficiencia que no nos deja, desde hace ya casi 14 años, más que miedo, pérdidas y tragedias.
Gonzalo Himiob Santomé
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