Como dice el proverbio, las crisis no sólo significan riesgo, sino también oportunidades. Por ello, al igual que las bonanzas, hay que aprovecharlas.
Ángel García Banchs
Al cierre de 2013, regresará la llamada estanflación; es decir, la inflación con recesión. Durante el año, vendrán ajustes como la devaluación y el recorte real del gasto fiscal, decisiones éstas que, por ser parciales, tan solo representarán una suerte de paño caliente, puesto que no significarán un cambio de modelo, institucionalidad, reglas de juego, política petrolera, o política económica en general.
Al devaluar no menos de un 50%, la historia indica que lo más probable es que en 2013 la inflación suba (digamos a un 30%), y la economía decrezca (i.e. en el mejor de los casos, crecería menos que la población y, por tanto, aún así, para el promedio de la economía no se sentiría el crecimiento).
En fin, habrá algo de devaluación e inflación, escasez, endeudamiento en divisas, recesión, y recorte fiscal, aunque no pueda descartarse tampoco la reaparición del Impuesto a las Transacciones Financieras, o el alza en los precios de servicios públicos (sin embargo, dada la situación política, los nuevos impuestos y el alza de la gasolina, la electricidad y servicios públicos podrían postergarse, pero, no así la devaluación).
Una de las mayores tasas de inflación del planeta; una gran escasez de divisas y bienes; una sobrevaluación cambiaria atroz; un déficit del sector público de un 15% del PIB; un endeudamiento en divisas y bolívares fuera de control en tamaño y ritmo de crecimiento; una desaparición evidente de las reservas internacionales líquidas de la banca central; un incremento desbordado de la liquidez en moneda nacional; un altísimo riesgo jurídico, político y cambiario (i.e. una de las mayores tasas de riesgo país del planeta), un diferencial del 330% entre el tipo de cambio oficial y el del mercado ilegal de divisas, unas importaciones de bienes y servicios desbordadas; un calendario de servicio de la deuda pública externa bastante complicado; una producción petrolera estancada, subsidios a la gasolina, alimentos, y servicios fiscalmente costosísimos; unos controles, tanto de precios como de cambio, sumamente perversos y proclives a la corrupción, un desempleo y subempleo mayor al 50%; una marcada desaparición de empleadores, aceptada por el INE, una enorme dependencia fiscal y monetaria del precio del petróleo, son algunas de las características de la coyuntura que vive el país en el marco de un modelo de economía política arcaico, conflictivo y de distribución o reparto rentístico, con dependencia del consumo del asistencialismo, una institucionalidad erosionada y crisis política.
Pero, dado el bastón petrolero, nada cambiará de forma sustancial. La devaluación, jamás será completa, digamos hasta unos 12Bs/$, sino que será parcial hasta 6,5-7,0Bs/$ (sin embargo, el Sitme, o su sustituto, exhibiría precios no menores a unos 8,0-8,5Bs/$).
El gobierno tolerará una mayor inflación para contener, ni siquiera reducir, la escasez. Seguirán faltando las divisas y bienes, y la devaluación será más para contener el desabastecimiento que para cerrar la brecha entre gastos e ingresos del fisco, a lo cual, también, contribuirá el encarecimiento de las divisas. Aún así, en el escenario descrito, quienes se endeuden en bolívares, inviertan con sabiduría y sepan fijar precios adecuadamente podrán captar cuotas de mercado de los competidores, incrementando la riqueza de su empresa y familia.