Leopoldo Puchi
La ausencia de Chávez, como consecuencia de su convalecencia luego de la última intervención quirúrgica a la que fue sometido, ha provocado que las fuerzas políticas del país, Gobierno y Oposición, hayan comenzado a transitar senderos de involución, como si atendieran llamados de espectros que las apremian para que se alejen de su camino y propósito.
A la oposición le susurra en el oído la sombra de la derechización extrema; al Gobierno, el demonio de la burocratización y la destemplanza. Es como si un destino inevitable se impusiera como fatalidad histórica.
El esfuerzo de Henrique Capriles Radonski, durante la campaña electoral presidencial, dirigido a reubicar su opción electoral del lado de posiciones y planteamientos progresistas, se ha ido desvaneciendo.
En las pocas semanas que van de 2013 se ha impuesto otra agenda temática, a pesar de la distancia interpuesta por Capriles con los sectores llamados radicales y de las negociaciones que adelantan AD y Copei con el Psuv para la Integración del Tribunal Supremo de Justicia y el Consejo Nacional Electoral.
En la práctica, la marca del discurso de las diferentes corrientes que integran la oposición ha virado más hacia la derecha. En lo político, su signo es el anticomunismo y el anticastrismo como bandera principal, a lo que se le suma la calificación de “ilegítimo” del actual Gobierno.
En lo referente a las políticas económicas, el signo es el de la crítica del gasto público, que bien se sabe apunta a las partidas sociales del presupuesto, y la exigencia de prescindir de controles y regulaciones, lo que conduciría a una liberación de precios. Un retroceso, en relación a la campaña presidencial.
Por su parte, en el sector gubernamental ha reaccionado con una actitud defensiva exacerbada, que ha cerrado las puertas a propuestas previamente asumidas, como las medidas de amnistía anunciadas en noviembre de 2012. Al mismo tiempo, se nota una deriva de la alta dirigencia del sector gubernamental hacia la protección de su propia condición como élite política, una suerte de nomenclatura incipiente, para la que importaría más el poder en sí mismo que el discurso ideológico, la participación popular o la economía social.
La ausencia del presidente ha permitido que se haya reforzado esta tendencia a subordinar el accionar político a las necesidades de supervivencia de esa élite, como si se tratara de la razón de ser revolucionaria.
Hay claros signos de incremento del espíritu burocrático en los altos cargos gubernamentales, por lo que el debate se ha centrado en quién sustituye a Chávez y no en lo esencial: el desafío de asumir y realizar cambios sociales en democracia. Este fenómeno ha ido acompañado por los excesos de lenguaje de los principales voceros, que no logran compensar con esto las debilidades señaladas ni la falta de acciones precisas para abordar con mayor firmeza los problemas de la escasez, la inflación y la criminalidad.
El espectro de la mayor derechización de la oposición y el demonio de la nomenclatura del lado gubernamental pueden colocar al país en una verdadera situación de riesgo: el de los caminos cerrados por la inercia, el análisis conformista y el maniqueísmo de las visiones políticas que tienden a prevalecer en nuestro país. Sin espíritu crítico será difícil avanzar. Tanto del lado del Gobierno como de la oposición.