En otros países la tasa de cambio real permite exportar, controla la inflación y atrae inversiones extranjeras. En Venezuela se ahuyenta a los capitales foráneos y no se incentivan las exportaciones
En el mundo globalizado de hoy en día las cosas buenas o malas que le suceden a un país no son sólo consecuencia de las buenas o malas decisiones de política económica que ellos mismos tomen, sino que suelen ser al menos en parte- un efecto de decisiones tomadas en otros rincones del planeta, por otros países o por otros agentes económicos preocupados de sus propios problemas.
Sergio Arancibia
En los momentos actuales, varios países o regiones del mundo desarrollado están altamente preocupados con el problema del crecimiento y del empleo. Sus economías no están en el mejor momento y el ponerse rigurosos con el problema del déficit fiscal o con la restricción monetaria no parece una buena receta de política económica, excepto para los súper ortodoxos que nunca faltan.
La expansión monetaria y fiscal parece una política más acorde con los problemas del presente, y de una u otra manera Estados Unidos y Japón caminan en esa dirección. Europa todavía se debate entre las políticas de austeridad y las políticas de crecimiento, pero estas últimas parece irse imponiendo, por lo menos para los países de la Europa norte y central, aun cuando no todavía para los de la ribera mediterránea.
Pero como la economía globalizada significa, entre otras cosas, una economía abierta, nadie puede imponer que los nuevos dólares, euros o yenes que salen a la circulación se queden encerrados en las fronteras de sus países de origen.
Necesariamente una parte importante de los mismos salen a recorrer el mundo en busca de inversiones rentables. Esa mayor abundancia de dólares en los países desarrollados y en sus alrededores genera una devaluación de dicha moneda, lo cual implica, por un lado, un estímulo para las exportaciones de Estados Unidos y/o de otros países que logren que su moneda flote y se devalúe junto con la moneda norteamericana. Pero tiene también como consecuencia, una revaluación de las monedas de muchos de los países receptores de los nuevos flujos de capital.
En realidad no podría devaluarse la moneda norteamericana si no se revalúa la moneda de algunos de sus socios en el campo internacional.
Esa revaluación o apreciación de sus monedas nacionales se convierte actualmente en un problema para muchos países latinoamericanos. Chile, Colombia y Brasil, por citar algunos casos, se ven enfrentados con fuerza a esa situación. La apreciación de sus monedas le resta fuerza a las políticas de apertura comercial o de promoción de exportaciones que los respectivos gobiernos han venido impulsando con bastante éxito en los últimos años.
Frente a este problema, se puede intentar detener el flujo de capitales meramente especulativos, o incluso del endeudamiento externo, pero no parece conveniente intentar solucionarlo por la vía de cerrar las puertas a la inversión extrajera directa, que es una de las formas que asume ese capital internacional.
Ese capital no sólo implica la llegada de nuevos dólares que es para muchos países el aspecto menos relevante sino que implica la llegada de nuevas tecnologías y nuevas conexiones con los circuitos internacionales por donde fluyen mercancías y servicios, que son los aspectos que precisamente posibilitan la expansión de las exportaciones.
Se necesita de esos capitales, por lo tanto, para potenciar las exportaciones, pero el éxito exportador y la llegada masiva de nuevos flujos de capital extranjero aprecian la moneda y debilitan la actividad exportadora.