La gente se pregunta cuándo y cómo se va a mostrar en vivo y directo al público, de qué tipo va a ser la nueva fe de vida y recuperación ya en el vecindario nacional
El misterio que envuelve la situación del presidente Chávez no parece disminuir con su vuelta a la patria, se diría que lo contrario. La distancia ayudaba a darle algún viso de irrealidad al misterioso silencio y al secretismo, como en las películas del género. Ahora tan cerca y tan lejos la cosa es más opaca y, en cierto modo, más intrigante: «Regresó, ¿y entonces?», titulaba agudamente nuestro editorial de ayer.
La imaginación delirante no ha cesado; por ejemplo, hemos oído a algunos decir, a falta de imágenes del retorno en la alta noche, que no volvió o, al menos, que no está donde dicen que está.
Pero Vielma Mora (y una enfermera fisgona) asegura que volvió caminando, «robusto, sano y saludable». Algunos cantan odas a la alegría y lo dan asumiendo ya el pleno ejercicio del mando, pero el ministro Villegas habla de «pequeña victoria» y nada de visibilidad por ahora. Se da por sentado que se juramentará… pero cuando se cure, dice Aristóbulo a nombre del PSUV, es decir, no se sabe.
Y esa juramentación plantea los más bizarros acertijos jurídicos, ¿se puede juramentar sin hablar, sin decir «lo juro»?, ¿se puede juramentar en privado, sin presencia del soberano?. Pero, sobre todo, la gente se pregunta cuándo y cómo se va a mostrar en vivo y directo al público, de qué tipo va a ser la nueva fe de vida y recuperación ya en el vecindario nacional. Preguntas, entre otras, con muchas posibles respuestas.
Pero quizás la interrogante mayor, políticamente decisiva, es por el proyecto previsible del Presidente a un plazo que tampoco conocemos. Pareciera haber una alternativa inevitable mientras su enfermedad lo permita: o el mandatario presenta una supuestamente noble y generosa renuncia, a lo Fidel Castro, puesto que nadie lo va a deponer cualesquiera que sean su estado de salud y su capacidad de mandar, lo cual desataría una carrera electoral no de cien sino de cincuenta metros planos.
O sigue mandando, en un «estilo distinto», han dicho voceros oficiales, distante y silencioso seguramente, vaya usted a saber por cuánto tiempo. A esas opciones no es extraño el criterio de la mejor opción electoral para que la revolución continúe, pues, como se sabe, debe ser tan imperecedera como tienen que ser las revoluciones según sus gestores.
Esto implica para la oposición tener dispositivos estratégicos a punto para enfrentar cualquier eventualidad, so pena de sumar a su todavía dura convalecencia de los últimos comicios y al advenimiento de un clima emocional adverso de mucha intensidad, una nueva sorpresa que la desconcierte. El documento de revisión crítica y renovación de sus procederes electorales y unitarios, que se anuncia para estos días, parece ser una buena ocasión para ponerse a tono con las muy peculiares y oscuras circunstancias que vivimos.
En cuanto a los ciudadanos de a pie y a los encaretados analistas no nos queda sino seguir, ahora devaluados, discerniendo a tientas en el mundo de los runrunes, de la zozobra. Y calarnos una andanada sin precedentes de plañideros estridentes, cursilerías ditirámbicas, santos y santerías, destemplanzas y temores. ¿Qué más?
Fernando Rodríguez