Si los productos que compramos en el mercado son “caros” y de “mala calidad” pocas y pocos se quejan; si “suben” el pasaje a cada rato “sin mejorar” el servicio nadie dice nada; si en temporada alta me “duplican” o “triplican” el pasaje para salir de la ciudad “me callo”, “pago y ya”, porque lo peor es quedarme sin nada. De la misma manera si mi esposo me pega será que “él tiene razón” o simplemente “así es la vida”; si en el hospital debo esperar largas horas para recibir atención no importa y “espero”; y si hay un policía violento se justifica en que algo “malo” se hizo o “así debe ser”, entre otras cosas que ocurren a diario.
Ante todas estas situaciones, “me lo calo y ya”; quizás haga una mala cara o diga algo al aire como quien no quiere la cosa. Lo máximo que puedo hacer es quejarme con cada amistad, vecina o vecino que me tropiezo ese día y la semana siguiente, repito una larga letanía de cosas que no sirven, le echaré la culpa a Chávez, porque por supuesto que son otras u otros los responsables; yo no tengo nada que ver con que esto se repita.
Es común que la respuesta ante la arbitrariedad sea aceptarla y someterse, no sólo por miedo, sino porque no queremos ser tildados de problemáticas o problemáticos por quienes tienen el poder; suponemos que así obtendremos algún beneficio. Mucha gente piensa que es mejor portarse bien y quedarse calladas o callados, es “menos riesgoso y aunque sea tengo algo”: una posibilidad de transporte, un marido más o menos, al menos un médico que me vea, un policía que meta miedo. La realidad es que entonces vivimos así, en el nivel “más o menos”, con lo peor es nada, lo mínimo, lo chimbo, vivimos en el conformismo. Las luchas incomodan y esto se debe al vínculo que hacemos de ellas con el conflicto, nos preocupa una escalada de violencia, fácilmente les quitamos importancia “pues eso no cambiará nada” y podemos calificarlas como innecesarias.
Este silencio, conformismo, comodidad y desmovilización son el espacio donde nacen las violaciones a derechos humanos y todo tipo de corruptelas. Este silencio cómplice nos hace tan responsables como aquellos que nos maltratan. ¿Será que merecemos tan poco? ¿Cómo viviremos mejor si preferimos el silencio cómplice frente a la arbitrariedad antes que la organización, la movilización y la denuncia?
Estas actitudes tan cotidianas en nuestra vida marcan la forma en que nos vinculamos con lo público-político, entendido como posibilidad para la transformación progresista de la sociedad en que vivimos; es decir, la construcción y tránsito de caminos para una sociedad inclusiva, de bienestar social y a la medida de las historias e identidades de cada pueblo.
HABLAMOS DE DEMOCRACIA
Aunque en nuestro país la democracia participativa y protagónica está en la boca de todas y todos, nuestra práctica sigue siendo la democracia representativa; es decir, esperamos que otras u otros resuelvan los temas colectivos que nos afectan como individualidades, yo no me involucro, me quedo en “mi resuelve cotidiano” y, si acaso, solo me quejo. La realidad es que somos quienes pasamos por todas estas cosas que venimos comentando, las y los que podríamos generar aportes para cambiar esta situación. Quien ve la situación desde arriba, como las autoridades, muchas veces no entienden las cosas que pasan y muchas veces, incluso, se benefician de este despelote, aun cuando tienen la responsabilidad de resolverlo.
Vemos una democracia en el discurso como un sistema de gobierno, pero no vemos que hay una dimensión práctica en esto: “nosotros somos gobierno”. Eso se dice fácil, pero caminarlo implica que nos veamos como sujetas y sujetos merecedores de bienestar y vida digna y entendamos que la vida buena se lucha paso a paso, enfrentando esa cotidianidad maltrecha. No tiene sentido una democracia como discurso.Tampoco una democracia porque sea distinta de dictadura, porque la sumisión y el conformismo también son una dictadura autoimpuesta.
¿Y LOS DERECHOS DE QUIEN?
Si bien la doctrina más difundida de los derechos señala que los Estados deben garantizarlos, la realidad es que solo son posibles en ejercicio de la corresponsabilidad Estado-sociedad. De allí la necesidad de reivindicar una perspectiva de los derechos como dinámica política de sujetas y sujetos sociales activados y activadas en la exigencia de sus derechos, conscientes y asumiendo su responsabilidad con lo público, cuestionando tanto al Estado como a otros actores con poder que capaces de afectar sus derechos como las transnacionales, paramilitares y los medios de comunicación, entre otros.
Las luchas sociales son los espacios para que las sujetas y los sujetos se vinculen con lo público político para construir, junto a otras y otros, el poder que desafía al estatus quo. Las luchas son una oportunidad para la formación política. En este sentido, este poder de organización y movilización es una condición necesaria para ejercer los derechos. Se requiere valorar el poder de abajo como potencial y orientador del cambio.
Nuestra tarea
Defender y promover la profundización de la democracia en todos los ámbitos desde el gobierno hasta la casa y nuestras relaciones, la democracia de alta intensidad, la democracia social, popular, participativa y protagónica, que llega a mas ámbitos y nos involucra más y más como sujetas y sujetos adecuándose a nuestra identidad y cultura. Las luchas sociales son el motor para profundizar y ampliar los ámbitos democráticos con “más democracia y más derechos”.
Democracia y derechos para la vida
“Cuando lo deseable fue imposible cedió su puesto a Dios;
cuando lo deseable fue posible cedió su puesto a la ciencia.
Ahora que una parte de lo deseable es de nuevo imposible y
una parte de lo posible no es ya deseable no podemos contar ni
con Dios ni con la ciencia. Sólo podemos contar con nosotros
mismos”.
Boaventura de Sousa Santos (1989)
La transición postmoderna: Derechos y política. p.243