Nos mueve muchas veces un utópico anhelo hacia la perfección que choca con el abismo sin fondo de nuestras inconformidades. No nos damos cuenta de que los parámetros según los cuales juzgamos lo que llamamos “la perfección” en cada caso dependen fundamentalmente de los cristales, individuales y subjetivos, a través de los cuales hemos aprendido o nos hemos acostumbrado a interpretar las propias realidades. Nada de malo, en principio hay en esto. Precisamente es esa búsqueda la que nutre muchos de nuestros más importantes logros personales, y también los de toda la humanidad.
Sin embargo no todo son luces en esta cruzada hacia la perfección; a veces no saber ponerse en los zapatos de los demás, mantenernos distantes y cómodos en la crítica de lo ajeno, y no comprender nuestras limitaciones humanas, nos hace caer en trampas que nos impiden valorar las situaciones o los hechos en su justa medida y darles el puesto o la importancia que en realidad merecen. Varios ejemplos personales me vienen a la mente, pero no viene al caso comentarlos ahora. Otros, más públicos, quizás sirvan mejor para ilustrar la idea que deseo desarrollar hoy. Uno tiene que ver con lo que fue el levantamiento de la protesta de los estudiantes en las inmediaciones de la embajada de Cuba, en los primeros días de esta semana que acaba de terminar.
Al comienzo de la actividad muchos estaban resteados y comprometidos con la queja y con su manera de llevarse a cabo, pero luego una vez finalizada, como ha pasado en otros casos y en situaciones similares, no faltaron los detractores, los mismos a los que les hubiera parecido “perfecto” que la protesta se extendiera aún más, o que fuera de esta o de aquella manera (a despecho incluso de la seguridad de los jóvenes que protestaban) todo porque de acuerdo a sus muy personales maneras de ver las cosas, y sin ponerse en realidad en la posición, delicada y riesgosa por demás, en la que estaban los estudiantes, algunos pensaron que los logros no se habían alcanzado, de nuevo, “a la perfección”. Ya antes me ha tocado presenciar situaciones similares.
Por sólo mencionar dos, hablo de las dos huelgas de hambre que el mismo movimiento estudiantil montó antes en la sede de la OEA en Caracas, que también fueron objeto de loas y encomios mientras duraron, al menos por la mayor parte de la oposición, más luego fueron severamente criticadas al levantarse, por las mismas personas, supuestamente porque los objetivos “totales y perfectos” no se habían logrado. Hay más ejemplos. Si la MUD hace o decide tal o cual cosa, saltan luego las críticas a quemarropa sin hacer más consideraciones, muchas veces, que las que nacen de las vísceras o del contraste de lo decidido o lo actuado con lo que en nuestro criterio sería lo perfecto o lo conveniente. Si a un preso político se le saca de la cárcel, y se le concede una medida alternativa distinta de la prisión, no se valora el hecho de que este ya pueda volver al abrazo de su familia, sino el hecho de que lo alcanzado no es para quien le toque una libertad plena, sino una condicionada.
A veces nos cuesta, aceptémoslo como crítica constructiva, comprender el tamaño real del Leviatán abusivo contra el que los demócratas nos enfrentamos en este país, y no son pocos los momentos en los que a cada batalla ganada se le opone una cruel retahíla de batallas perdidas, como si cada paso que se da hacia adelante, por limitado que parezca, no fuese en realidad lo que es: Un avance, un paso más hacia el destino de la victoria definitiva. En materia de lucha de nuestros más elementales derechos, a veces nos cuesta entender que las carreras son de resistencia y de inteligencia, que no de velocidad o de impulsividad. Es posible que este sea un rasgo propio de nuestra venezolanidad. Conozco muchas personas a las que más les place, por ejemplo, cuestionar los toros y a los toreros desde la comodidad de sus barreras digitales, que ponerle el pecho a la calle cuando allí se les necesita. A veces me pregunto hasta qué punto el uso de las redes sociales no ha domado un poco nuestro espíritu libertario, al permitirnos drenar en relativa seguridad impulsos que más efectivos serían en la realidad material, que no en la virtual.
No hay en ello, en el uso limitado a estos medios como formas de expresión o de queja necesariamente mezquindad ni mala intención, mucho menos cobardía, sólo escasa disposición (así lo veo en la mayoría de los casos) de escapar de nuestras zonas de confort para arrostrar los abusos como otros sí lo hacen, cuando se necesita hacerlo, en arenas diferentes de las de nuestros teclados y nuestros teléfonos inteligentes. Claro, el mérito indiscutible del alcance de estos medios 2.0 en lo que a la difusión de información se refiere no está sujeto a cuestionamiento. Si no, revisemos un poco cómo se encendieron las mechas de ese polvorín que resultó ser la “Primavera Árabe”, o lo difícil que les resulta en estos tiempos a los abusadores ocultar sus mentiras o sus felonías cuando están siempre bajo la lupa de millones de ojos dispuestos a develarlas de inmediato y en tiempo real, que no como era antes, cuando ya tenían tiempo haciendo daño.
También es verdad que no todos tenemos las mismas habilidades capacidades, o las mismas posibilidades, y que no todos podemos someternos a una huelga de hambre o encadenarnos a las puertas de una embajada, pero en lo que sí parece haber cierta unanimidad, al menos en quienes se comportan de esta manera cuestionadora a ultranza, sin importar las diferencias personales que acusen, es en la crítica ex post facto y desde la cintura contra casi cualquier empeño ajeno, las más de las veces no porque no se hayan alcanzado importantes metas, cuando se logran, sino porque la idea motivadora, el método, o las conclusiones no son de su total agrado. Por supuesto a nadie se le escatima su derecho a opinar sobre cualquier tema, personal o nacional, pero eso es una cosa y otra muy distinta es tener siempre preparada y a resguardo toda una artillería de argumentos, que sólo se dispara cuando ya es tarde y cuando con ello no se hace bien, sino daño. Sobre eso es que les invito a reflexionar en esta entrega.
En la oposición somos demasiado inconformes a veces, y lo somos hasta con lo que está más cercano a la perfección, que no es la perfección misma pero también vale, y sin tomar conciencia de que quizás nuestro grano de arena necesitaba más peso o sustancia, que los de uno o dos tuits acalorados, o los de una crítica pública y a destiempo. En ello el oficialismo le lleva ventaja a la oposición, ya lo he dicho otras veces, pues con altas y bajas confían en sus líderes y en sus decisiones, y lo que es más importante, cuando los cuestionan (las pocas veces que lo hacen) no incurren en la tentación del demérito, se manejan a sotto voce y sin darles armas ni argumentos al enemigo que les hagan lucir divididos, y sobre todo, inconformes.
Gonzalo Himiob Santomé | @himiobsantome