La verdad no es el fin de la ciencia sino la creación de conocimiento nuevo. Y la objetividad está relacionada con la aplicación del llamado “aparato crítico” en el citado de las más variadas fuentes documentales
Las definiciones de Historia son tantas como historiadores existen. Y la sustancia de la historia: el tiempo, es una de las categorías metafísicas más complejas de entender, a menos que definamos al tiempo dentro de una dimensión existencial, no exenta de angustia y también de misterio: “Somos tiempo que pasa, tiempo que muere”, y paradójicamente: nacimos para morir.
Los hechos notables y significativos, dignos de ser recordados, hacen de la Historia una disciplina pertinente y con una evidente vocación a favor de la Vida y en atención a sus más fundamentales retos y necesidades. La Historia es básicamente el conocimiento del pasado y una de sus finalidades es otorgarle a las personas y colectivos sociales, a través del recuerdo y la memoria, una identificación común, y si es posible orgullosa, sobre sus orígenes.
El problema de la Historia es que su discurso carece de inocencia; y muchas veces los historiadores, hombres de carne y hueso, terminamos traicionados por nuestra ideología e intereses. El discurso historiográfico vinculado al Estado, la Nación y los sectores alrededor del Poder es unilateral, maniqueo y manipulador, en esencia falso. Paradójicamente los mitos y leyendas terminan por suplantar los recuerdos históricos con un sentido terrenal. Eso que se ha dado a llamar los “imaginarios colectivos”, mezcla de realidad y ficción, terminan sustituyendo la aspiración racional de entender el pasado. A lo mejor, como dicen algunos autores descreídos de la Historia como Borges, Mutis, Golo Mann y tantos otros: la historia es la mejor ficción.
La Historia es básicamente una antropología filosófica: una constante reflexión sobre el quehacer humano en sus más variadas manifestaciones. Es común entre los historiadores confundir verdad y objetividad. La verdad no es el fin de la ciencia sino la creación de conocimiento nuevo. Y la objetividad está relacionada con la aplicación del llamado “aparato crítico” en el citado de las más variadas fuentes documentales.
Ahora bien, el epicentro del trabajo del historiador radica en la originalidad de su pensamiento. La capacidad de elaborar interpretaciones críticas que permitan el tránsito sobre inéditos derroteros temáticos bajo el imperativo del rigor y la intuición creativa. A la larga el historiador es básicamente un escritor que recrea y reinventa el pasado desde una contemporaneidad que le marca e influye inevitablemente.
Ángel Rafael Lombardi Boscán