Bajo un lacerante sol, cientos de miles de venezolanos esperan este viernes ansiosos y exhaustos afuera de la Academia Militar de Caracas, para entrar y ver por instantes al presidente Hugo Chávez, quien, adentro en capilla ardiente, recibe honores de funeral de Estado por medio centenar de dignatarios del mundo.
«Chávez vive, la lucha sigue», «Queremos ver a Chávez», coreaba la multitud, que se aglomeraba a pocos metros de la entrada y se distribuía luego, a lo largo de varios kilómetros, en un inmenso río teñido de rojo, un simbólico efecto que daban las camisetas, gorras y boinas del emblemático color del chavismo.
Una mujer en silla de ruedas, con la bandera venezolana en el respaldar y un afiche con el rostro de Chávez, llora desconsalada frente a las cámaras de televisión: «Ha muerto mi presidente, ya no tengo a nadie. Tengo tres días de estar aquí y vean lo enferma que estoy», grita mientras muestra las úlceras en sus piernas y se enjuaga las lágrimas.
— El funeral revolucionario —
La solemnidad que colmaba el salón de honor de la Academia contrastaba con el bullicio en costados de la explanada y calles aledañas: la gente lanzaba consignas, canciones revolucionarias sonaban sin parar en altoparlantes y los vendedores ambulantes ofrecían refrescos, comida, café y hasta manzanas acarameladas.
Un mercado chavista bulle en torno al funeral. Afiches, foto de Chávez con Fidel Castro, bandera, sombreros, gorras, camisetas, muñecos, aretes, gafas, pulseras… «Llévese un recuerdo del Comandante», pregona un hombre en una esquina cerca del imponente monumento a los próceres, entre el hormiguero humano.
Desde pantallas de dos metros colocadas en varios puntos a lo largo de la fila, la gente podía seguir la ceremonia a la que acude la mayoría de líderes latinoamericanos, cuyos nombres fueron anunciados por los altoparlantes al iniciar la ceremonia.
Aplausos nutridos resonaron en las afueras al escuchar los nombres de los más cercanos como Raúl Castro de Cuba, Evo Morales de Bolivia, Rafael Correa, de Ecuador, Daniel Ortega de Nicaragua. Las mayores palmas fueron para el iraní Mahmud Ahmadinejad, los silbidos para el príncipe de Asturias Felipe de Borbón.
«Desde ayer en la mañana estoy aquí para verlo y no he podido. Los presidentes extranjeros vienen, eso está bueno, pero el pueblo que siempre ha estado con él quiere verlo. Dormí aquí esperando a que corriera la cola (fila)», expresó a la AFP Priscilla Pino, de 32 años, quien cargaba a su niña de un año.
De camisa, chaleco, sombrero y zapatos rojos, Victoria Marimón, una ama de casa de 45 años que afirma que su comandante presidente le dio vivienda, se vino bien preparada. Viajó ocho horas desde Falcón, trajo arroz, agua y ayacas (una tortilla de harina de maíz típica venezolana) y apacigua el golpe del sol con un paraguas destartalado, también rojo.
— ¡Hasta la victoria siempre! —
Desde que Chávez fue llevado en cortejo fúnebre a la Academia Militar desde donde murió, en el hospital militar, a unos ocho kilómetros cientos de miles, unos dos millones de personas según el gobierno, convirtieron la Academia centro de peregrinación.
El presidente encargado Nicolás Maduro anunció el jueves la decisión del gobierno y la familia de embalsamar el cuerpo de Chávez y extender por siete días su permanencia en capilla ardiente para que «el pueblo lo pueda ver». Un fuerte contingente de militares y policías velan por la seguridad de los jefes de Estado y de Gobierno, y en los alrededores del complejo, donde está ubicada también la Academia Militar de la Guardia Nacional.
Allí será juramentado este viernes en sesión solemne el presidente encargado Nicolás Maduro, quien deberá convocar para que se proceda a elecciones en un plazo no mayor de 30 días.
«Hay miles de funcionarios de seguridad, cadetes, soldados, de distintos batallones, incluso muchísimos que están haciendo su trabajo de inteligencia entre la gente», comentó a la AFP Luis Arrieta, un general de Ejército que da instrucción a su hombres entre el barullo de la gente.
Desde camiones militares, soldados lanzan a la multitud botellas de agua y emparedados. El hambre aprieta y el sol cae sin misericordia sobre la muchedumbre. La música es interrumpida a ratos para anunciar por altavoces a niños, esposas y amigos perdidos.
Muchísimos durmieron allí. Echados en la hierba, a la orilla de las calles, bajo un árbol, en aceras…. «Dormí en una grada, usé de almohada una botella plástica. Pero le estamos dando una derrota al imperio y la batalla la vamos a ganar, somos más los pobres que ricos», dijo José Luis Hernández, quien lleva en la bolsa de su chaqueta roja un muñeco de Chávez con boina y uniforme militar.
A un costado de la plaza, un enorme letrero recoge la frase revolucionaria del Che Guevara con la que Chávez se despidió de sus seguidores en diciembre al partir a La Habana para someterse a la última de las cuatro operaciones a las que se sometió en su lucha de 20 meses contra el cáncer: «¡Hasta la victoria, siempre!».