La Iglesia sirve para comunicar (no para imponer) la vida y la verdad fundamental de Jesús: que Dios es amor gratuito y no reflejo de los poderes de este mundo, que reconocer y afirmar a otros y dar la vida por ellos es la clave del sentido
Luis Ugalde
“La hormiga conoce la fórmula de su hormiguero. La abeja conoce la fórmula de su colmena. No las conocen ciertamente al modo humano, sino al modo suyo. Pero no necesitan más. Sólo el hombre desconoce su fórmula” (Dostoievski). Somos animales en busca de identidad y realización. ¿Bastarán sólo los instintos y la razón para lograrlo?
En la euforia de la Ilustración parecía imposible que Dios hubiera hecho todo racionalmente excepto al hombre. ¿Por qué hacemos el mal que no queremos y no hacemos el bien que nos conviene y deseamos? Por ignorancia, respondían; esa era la raíz del mal y la religión dominante era uno de los baluartes de la miseria y del oscurantismo porque impedía la entrada de la luz racionalista en las mentes. Para suplantar a la Iglesia católica coronaron a la diosa Razón en la catedral de Notre Dame de París. Luego la Modernidad racio-hedonista ha creado verdaderas maravillas: en medicina y cirugía, en tecnologías de transporte, comunicación e información y con el increíble desarrollo de las fuerzas productivas en general. Hay un abismo entre los instrumentos que dispone la humanidad de hoy y los de hace 200 años, pero el sujeto humano es tan frágil y desorientado como antes, con más posibilidades de producir vida y bienestar, pero también de muerte, destrucción y dominación. Sin amor, construyen instrumentos para la guerra, la dominación y la miseria y desatan de manera prodigiosa la capacidad de crear ídolos económicos y políticos. A estas alturas queda claro que no bastan la razón y los conocimientos instrumentales para hacer el bien, y que ellos automáticamente no incluyen el amor que da sentido a todo e impide su uso inhumano. ¿Cómo convertir los instintos humanos y sus construcciones idolátricas en instrumentos y expresión del amor?
Para humanizar, la fuerza creadora de instintos y razón se necesitan en cada persona realidades tan frágiles y sagradas como la libertad, la conciencia y el amor. ¿Quién las cultiva y las fortalece en el siglo XXI? ¿Quién nos enseña a reconocer al otro, a hacernos hermanos, a amarlos y desear su realización? ¿Cómo se produce este crecimiento espiritual? ¿Quién cultiva el sentido de la gratuidad y del don de entrega, sin las que no hay vida humana digna?
“A Dios nadie lo ha visto nunca”- dice la primera carta de San Juan -, pero “si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros…”. Sólo el amor y la autodonación gratuita nos hacen buenos, dan sentido a todo y producen la humanización-divinización en nuestras vidas. Jesús nos dice que dar la vida por otro, aunque parezca perderla es ganarla, que amar y servir es reinar y que la realización del yo no se logra sino en el nosotros. Sólo así es posible la calidad humana de la pareja, de la familia, de la economía, del poder político y de la paz del mundo. El hombre, que es “lobo para el hombre”, se siente llamado y dotado desde su ser más profundo para hacerse hermano. El amor no niega el instinto económico ni sus potencialidades, ni el poder político, ni el instinto sexual, ni la razón, sino que los transforma en servicio y vida; sin él, esos instintos crean monstruos humanos y todo se convierte en utilización y dominación de las personas.
La Iglesia sirve para comunicar (no para imponer) la vida y la verdad fundamental de Jesús: que Dios es amor gratuito y no reflejo de los poderes de este mundo, que reconocer y afirmar a otros y dar la vida por ellos es la clave del sentido. “Seréis como dioses” sí, pero no como dominación sino como amor, pues Dios es amor. La Iglesia está hecha del mismo barro humano, como lo demuestra su historia desde el comienzo, pero ha recibido de su fundador Jesucristo la invitación a asumir todas las realidades humanas y transformarlas con la levadura y la luz increíble del amor sin fronteras. Es imposible negar las maravillas de humanización que la Iglesia ha fomentado y creado -sigue creando- a lo largo de la historia en nombre y con el Espíritu de Jesús.
Como dice S. Pablo, aunque “yo tenga todas las ciencias y domine todas las maravillas, si no tengo amor nada soy”. La Iglesia desde su fragilidad terrenal brinda este tesoro divino: el amor sin límites ni fronteras, cuyo Espíritu actúa en toda la humanidad y se nos revela en el rostro humano de Jesús de Nazaret. Elegimos Papa para que nos anime, oriente y gobierne en este camino de Jesús y sepamos compartir su agua fresca con la humanidad sedienta y sin brújula en este “exitoso” desierto del siglo XXI.