En los escasos y turbulentos días de campaña no declarada, ha abundado en epítetos descalificativos hacia el candidato tricolor
Noel Alvarez*
Twitter: @alvareznv
Tomamos prestado el título de uno de los tempranos clásicos de la cinematografía universal para ilustrar la temperatura de la sobrevenida campaña presidencial venezolana, en la cual las cotas de palabras altisonantes han alcanzado nuevos y lamentables niveles.
Pese al camino de provocaciones, el candidato de la alternativa democrática, Henrique Capriles Radonski, se mantiene anclado en el estilo que ha ido cultivando a lo largo de década y media de vida política. Habla de hechos, de proyectos, de propuestas, evita los adjetivos y convoca a la convivencia, a la inclusión, meridianamente claro en el hecho de que la única manera de garantizarle progreso a una nación es que todos sus ciudadanos remen juntos en el mismo sentido.
Del lado contrario, se nos ofrece un Nicolás Maduro que intenta esconder con tremendismos la falta de contenido de su propuesta. Ya es lugar común la frase que circula por las calles y que reza: “Maduro no es Chávez”.
Y no está demás decirlo, porque al candidato oficialista –o a sus asesores- no se le ha ocurrido mejor idea que intentar disfrazarlo del fallecido líder. La chaqueta tricolor se ha vuelto su uniforme, solamente para ser sustituida en alguna oportunidad por una de camuflaje militar, la cual no nos hace mucha lógica ya que el candidato procede del mundo civil, a diferencia del anterior Presidente, quien sí provenía del universo castrense.
Pero más allá de lo que nos comunique con su apariencia, lo verdaderamente grave reside en su verbo. En los escasos y turbulentos días de campaña no declarada, ha abundado en epítetos descalificativos hacia el candidato tricolor.
Y el tono de su vocabulario no ha hecho sino dibujarlo a él mismo, como suele suceder. Estamos ante un hombre de prejuicios y limitaciones, que nos refleja su ejercicio del poder como una sucesión de exclusiones dictadas por el miedo y la ira. Una ira que aún no nos queda muy claro si es verdaderamente sentida o se trata de otro de los tips aconsejados por sus asesores para parecerse a su padre político.
No falta quien diga que Maduro aprendió en el ejercicio de la diplomacia y que en él existen capacidades de negociación y conciliación. Lamentablemente no las saca a pasear y nos está brindando uno de los más lamentables espectáculos que recordemos en la política nacional.
Sea real o fingido, el Nicolás Maduro que vemos nos parece definitivamente reprobable; mientras Capriles nos invita a la expectativa por una posibilidad de patria que sí permite la pluralidad y una convivencia apegada a los principios necesarios para una vida de calidad.
A los indecisos y aún a los oficialistas conscientes de que su líder ya no está y que ven en la candidatura actual un ejercicio de gato por liebre, cabe preguntarles: ¿a cuál de los dos candidatos desean que se parezcan sus hijos?
*Coordinador nacional de Independientes por el Progreso